El libro Rayuela cumple 50 años y toca hacer algunas consideraciones sobre un texto que se ha convertido en una especie de yanqui en corte del rey Arturo en medio de los títulos del Boom hispanoamericano de los años sesenta del siglo XX. Y llamo a esta obra libro porque otros con muchos galones lo han llamado antinovela, el propio Cortázar contranovela y lo han llamado novela los que siguen la frase de Cela: «novela es todo libro que debajo del título lleva la palabra novela». Es decir, podríamos estar hablando de una novela, pero en ese caso de una muy peculiar, que también gente de mucho rango ha tratado de rompedora, innovadora, intelectualista (quién sabe qué es eso) o integradora de géneros, mientras que otros, con galones similares, la han descalificado de plano.
Han dicho que es surrealista o constructivista muchas décadas después de que ambos movimientos surgieran y se agotaran, e incluso alguno de ellos tiene más pedigree arquitectónico que literario y responde a teorías del nuevo socialismo ruso nacido de la revolución, algo que tampoco está muy cerca de Cortázar, pero tampoco tan lejos. No proviene de Faulkner ni es pariente del Paradiso de Lezama Lima, y tampoco es tributario del Ulises de Joyce, ni del «volcánico» Lowry, ni siquiera del Cortázar anterior a Rayuela, maestro del relato corto y que está en la cima en nuestra lengua sentado junto a Borges y Arreola. A la vez, según desde donde se mire, Rayuela es todo eso y lo contrario. Se me dirá entonces en qué quedamos; pues en eso, en que algo tendrá ese libro cuando se sigue discutiendo sobre él y colgándole adjetivos a menudo contrapuestos medio siglo después. Porque tenemos muy claro que esta, esa o aquella novela pertenecen al tremedismo, al realismo social, a lo real maravilloso o al sursum corda. Rayuela es Rayuela.
De Rayuela lo hemos oído y leído todo, pues al publicarse muchos calificaron a Cortázar de loco, y otros tantos de genio. Cortázar no estaba loco, es evidente, y tampoco fue un genio porque estos salen de una lámpara. Su literatura está acorde con su apariencia física, que recuerda a la de los alienígenas de Encuentros en la III fase. Las fotos no consiguen trasladar la imagen física de Julio Cortázar, unas extremidades desmeduradas y un tronco pequeño; tenía una cabeza desproporcionada, una cara infantilizada hasta su último día y unos ojos desorbitados; se diría que hubiera sido dibujado por un niño. Se movía como si fuese a desplomarse de un momento a otro, con los brazos bamboleando como badajos de campana. Sí, Cortázar parecía más un extraterrestre que un humano, sobre todo cuando sacaba aquella voz arrastrando frenillo. En realidad sí que pudo salir de una lámpara.
Y Rayuela. Resulta que es todo eso que se ha dicho, porque destruye (des-escribe) una novela, inventa un escritor (Morelli) como Borges inventaba mundos, hace que la muerte de un niño sea el punto de fuga de un disparate surrealista, discute y teoriza con el rigor de Bertand Russell y desbarra como Boris Vian, pero con más elegancia. Hace en un mismo texto poesía, narración, ensayo, historia encubierta, análisis freudianos, carcajadas, crítica musical (una lección deliberadamente pedante sobre sus inmensos conocimientos sobre el jazz). Para hacer todo eso en un mismo libro y que cuaje hay que tener a la vez desparpajo, sentido del humor, sentido del profundo dolor humano, una cultura enciclopédica y, sobre todo, un talento descomunal.
Desde hace décadas, me he divertido en tertulias a costa de Rayuela tanto como Julio Cortázar al escribirla. Es que Rayuela da para mucho, tiene huecos por donde atacarla y asideros por los que defenderla, y a menudo, cuando veo que estoy ante un fundamentalista cortazarciano, ataco la novela y empiezan a llover argumentos a favor del texto. Si el ambiente es hostil a Cortázar, yo enarbolo el papel de defensor y empiezan los improperios, semejantes a los que utilizó un crítico argentino hace 50 años. Venía a decir: «Qué pretencioso, escribe una novela de 600 páginas y encima pretende que la leamos de al menos tres formas diferentes, cuando resulta insoportable aguantarla una sola vez».
Y no he hablado del título, que es el de un juego infantil, que por aquí llamamos teje pero que tiene más de sesenta denominaciones solo en español. Aparentemente sencillo, proviene del recorrido que Dante hacía en La divina comedia desde La Tierra hasta el Cielo. Nada menos, y ese es el juego que propone Cortázar en la novela. Pocas veces se puede meter tanto en un solo libro. Muchos novelistas sueñan con escribir alguna vez la novela total. Ninguno lo ha conseguido. En realidad, el crítico argentino tenía razón cuando decía que Cortázar era muy pretencioso, porque con Rayuela quiso ir más allá, escribir la literatura total, ser a la vez Homero, Cervantes, Garcilaso, Erasmo de Rotherdam y Moliére. Y Dante. Dejó todo eso danzando y en manos del lector, porque también propone que se lea en el orden que se prefiera, incluso uno aleatorio, y desencadena así un juego antes nunca visto y después tampoco. Literatura en estado puro. Quienes dicen que la novela retrata París y Buenos Aires, o que cuenta de La Maga y Horacio Oliveira es que no han entrado en el juego de la rayuela o el teje que propone Cortázar en uno de los libros más singulares que se han escrito, porque trata de lo que quiera el lector. ¿Hay quién dé más?
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(Este trabajo se publicó en el suplemento Pleamar de la edición impresa de Canarias7 el miércoles 3 de julio).
2 opiniones en “Rayuela, 50 años después”
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Rayuela es mi prueba del nueve: Sólo soy un ignorante, un inculto, zafio y patán demostrado. La he leído del tirón; o las dos partes al revés; o en la manera que el autor propone. Incluso leí una edición del pedante Andrés Amorós.
Y no pasó nada. Una novela, buena, pero las hay mucho mejores, yo no la cambio por «Cien años de soledad», por un sólo ejemplo. Eso sí, tengo el lustre de haberla leído. Vanidad de vanidades.
Ya digo, es simple palabra de un imbécil…
No me califico, pero siempre me pareció exagerado, darle importancia, al ¡boom! de la novela, o la literatura, sudamericana. Algo que encontré normal, pues el elemento humano había nacido de una emigración europea,que se creció avasallando al aborigen, y, literariamente, se manifestó con una forma que se oponía a lo tradicional histórico y cultural.
Por ejemplo, ahora, hoy, las nuevas generaciones se «chiflan» por espectáculos musicales, y desprecian por obsoletas, las obras musicales, que Europa, -o la Cultura- ya tenía expuestas. La diferencia aportaba en «la puesta en escena» pero el espectáculo sigue igual.
Y, repito, no me auto-califico, ni bien ni mal. Sigo.
Anecdóticamente, el título que mas me ha gustado, -y he repetido su lectura- fué, o ha sido, «Crónica de una muerte anunciada» y, nunca, he despreciado el Quijote, sobre todo la primera parte.