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Cuando nos venden humo

Es sábado por la noche y estoy hasta arriba de que tengamos que gozar o sufrir con multimillonarios llamados Fernando Alonso o Rafa Nadal. Que si no sé qué del Gran Premio de Canadá, que si se va a anotar su octavo Roland Garros… o no. Los deportes individuales son de cada protagonista, pero solo se representan a sí mismos. Que ganen o pierdan Contador, Nadal o Alonso es personal, y esa identificación de tribu ya me cansa. Es lo mismo que cuando Javier Bardem gana un Oscar, que parece que nos lo han dado a todos. Y acaso es envidia de escritor, porque no veo que haya tanto apoyo para que a un español le den este o aquel premio en el extranjero; es más, pasan veinte pueblos los mismos a los que les parece importantísimo que un niñato subido a una moto se suba al podio de no sé donde, y eso es algo que no puedo entender. En los deportes colectivos parece diferente, pero finalmente es lo mismo. España campeona de esto y de lo otro, Gasol miembro del equipo que ganó la NBA… asunto de unos cuantos que se forran con esas victorias.
zzz1278972001_74ticia_normal[1].jpgAhora nuestra gente está ilusionada con la UD Las Palmas, aunque su juego no hace que tengamos demasiadas esperanzas. En cualquier caso, también será cosa de unos cuantos, y eso de que me hagan tragar que la UD Las Palmas es un sentimiento me resulta difícil de digerir. Ojalá ascienda; si finalmente ocurre, me alegraré mucho por todos, pero me iré de la ciudad el día que hagan el paseo en guagua descubierta. Me parece un exceso siempre, lo haga el Barça, la Selección española o la UD Las Palmas. Pero, en fin, supongo que a muchos les parecerá que lo que digo es producto del hastío despues de tanta demagogia en la que nos venden humo, y tratan de hacernos creer que los éxitos de algunos son de todos, pero los que cobraron primas multimillonarias fueron los jugadores de la selección, no los parados que tal vez tuvieron que ver el partido en un escaparate porque en su casa les habían cortado la luz. Así que de colectivo y representativo, nada de nada. Y que conste que me gusta el fútbol, pero eso también es personal. Digo.

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La generación de la M

A finales de los años 70 y comienzos de los 80 del siglo pasado surgió lo que se dio en llamar Nueva Narrativa española. Eduardo Mendoza, Juan José Millás, Rosa Montero, Jesús Ferrero, Vicente Molina Foix, Juan Madrid, Manuel Rivas y otros nombres se fueron sumando hasta completar lo que entonces se llamó «los 100 novelistas de Carmen Romero», en alusión desde la derecha a los narradores que por lo visto eran amigos de la entonces esposa de Felipe González, a la sazón Presidente del Gobierno. Este eclosión narrativa coincide en el tiempo con lo que fue en Canarias la Generación del Silencio a la que pertenezco, y mientras en los medios (El País era llamado entonces «La Biblia») sus nombres se agrandaban, en Canarias parecía que querían esconder lo que se escribía por aquí. Curiosamente, la mayor parte de estos escritores y escritoras exhibían un talante progresista y crítico, y por ello siempre me he sentido identificado con ellos, porque venimos de un mismo tiempo y unas circunstancias paralelas.
zprincipal-ande[1].jpgHay muy buenas plumas en esta generación, pero de todos ellos casi nacieron como abanderados Javier Marías y Muñoz Molina, uno más intimista y europeo y el otro más galdosiano, aunque con unas influencias de la novela norteamericana muy evidentes, y un cierto gusto por el jazz que no se corresponde literariamente con esa misma afición musical de Julio Cortázar. Desde el principio, se olía que serían estos dos los novelistas que encabezarían el listado en los manuales y en los galardones (Marías suena como posible futuro Nobel), y en el exterior también ambos han sido bendecidos por premios internacionales de renombre (ahora mismo recuerdo el Fémina, que se otorga en Francia). Y son ambos grandes novelistas, pero también lo son otros, que también gozan del favor de la crítica y del público pero posiblemente no hayan tenido la proyección internacional de los dos mencionados.
Era por lo tanto previsible que, cuando tocase premiar a esta generación con el Príncipe de Asturias, el galardón recayera en uno de los dos abanderados. Y está bien otorgado, con el mismo rigor y justicia que se le puede adjudicar a Mendoza, a Millás y, por supuesto, a Marías. Es evidente que estamos ante la generación de la M, por los apellidos de los autores, pero Muñoz Molina tiene dos emes, y eso debió contar a la hora de la decisión. Estamos por lo tanto cruzando una línea, puesto que es la primera vez que un galardón a toda una vida literaria se otorga en España a un autor que publicó su primera obra en democracia.
Como anécdota personal puedo contar que una tarde de la primavera de 1989 compartí mesa con él en el desaparecido Centro Insular de Cultura para presentar su novela más reciente, Beltenebros, y al finalizar supimos que el Ayatolah Jomeini había decretado una fatwa contra el escritor Salman Rushdie. Rosa María Quintana, entonces directora del CIC, Muñoz Molina y yo improvisamos una nota de solidaridad con Rushdie, reclamando la libertad de expresión. La firmamos, la enviamos a la Agencia EFE y esa nota fue luego firmada por miles de personas en toda España. También por eso, por su defensa de las libertades, me alegro de que Antonio Muñoz Molina sea desde hoy Premio Príncipe de Asturias. Lo merece.
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(Este trabajo fue publicado en la edición impresa del periódico Canarias7 de hoy, miércoles, 6 de junio).