La UD Las Palmas
Este año parece que la UD Las Palmas tiene opciones de ascender a primera división, y me alegra la ilusión que mucha gente tiene, porque eso significaría que el año que viene se podrían ver en nuestro estadio los grandes nombres del fútbol español, enrolados en los equipos de postín. Al mismo tiempo, esta ilusión colectiva me inspira ternura, porque no estoy seguro de que ascender sea un buen negocio para la UD, y si no lo es tengan por seguro que no ascenderá. Los derechos de televisión y los grandes patrocinios se los llevan los grandes, que de esa forma acrecientan el abismo entre ellos y el resto. Ya hasta el Atlético de Madrid es un equipo pequeño, que se ve obligado a vender a sus mejores jugadores para sobrevivir. Un año hace una buena liga el Villarreal (al siguiente año desciende), ahora le toca a la Real Sociedad o al Málada, pero ya no es posible pensar siquiera en ganar la liga como antaño lo hicieron el Valencia, el Deportivo de la Coruña e incluso aquella mítica Real Sociedad de los años 80. Quien manda es el dinero, que genera más dinero, y en este círculo vicioso la liga española solo tiene dos opciones ganadoras. Se lucha por el tercer puesto, porque el dinero hace posible que los grandes compren aquí y allá y conformen verdaderas selecciones. Hace unos días, un locutor que retransmitía el partido del Real Madrid en Turquía decía que en aquel momento en el equipo merengue solo jugaba un español, el portero. El Barça maquilla el asunto con su historia de La Masía, pero finalmente paga millonadas por jugadores de otros países (Abidal, Alves, Alexis, Mascherano, Adriano), españoles (Villa) e incluso por algunos que se le escaparon cuando se formaban en juveniles (Piqué, Cesc, Alba…) por no hablar del potencial económico necesario para ir a buscar promesas de Messi, Iniesta o Pedrito y luego mantenerlos a ver si alguno de los sapos se convierte en príncipe, porque muchos son los llamados y solo de vez en cuando suena la flauta.
Es el dinero; si la UD Las Palmas asciende seguramente tendrá que sobrevivir con la cantera, y si alguno destaca se lo llevará uno de esos equipos millonarios, español o europeo. Por eso me inspira ternura esa ilusión ingenua de quienes piensan que la UD Las Palmas puede volver a ser lo que fue durante un par de temporadas hace 40 años. Es posible, pero sin duda sería flor de un día; con las condiciones de hoy, Guedes, Tonono, Germán, Justo Gilberto, Martín Marrero o León (vaya equipazo) habrían volado muy lejos, y sería lógico y humano. De hecho, algunos lo intentaron, pero entonces funcionaba el derecho de retención de los clubs. De todas formas, ojalá me equivoque en todo lo que he dicho.
José Luis Sampedro es un escritor muy peculiar. Tardío en la publicación, como si intuyera que tendría una lúcida vida casi centenaria, es autor de algunas de las novelas que más impactaron en nuestra sociedad: Octubre, octubre, La vieja sirena, La sonrisa etrusca, además de otras que incluso han visto su adaptación a la gran pantalla. Pero no hay que olvidar que Sampedro era economista, catedrático durante décadas y por lo tanto conocedor de los mecanismos económicos que rigen nuestro mundo, y en ese aspecto siempre se distinguió en sus ensayos y en sus actuaciones públicas por su claridad en el discurso y por su denuncia de los entresijos truculentos que ponían el trabajo al servicio del dinero, y no al revés, como debiera ser.
La gente se muere; por lo visto es normal, aunque recuerdo a un campesino que cuando se enteraba de que alguien había muerto solía decir: «¡qué raro, pero si no tenía costumbre de morirse! La vida es una carrera de relevos, pero uno está acostumbrado a que se hagan cada 100 metros y de uno en uno, pero últimamente esto va muy rápido. Es como si un ente superior hubiese dado la orden de que hay que liquidar lo que queda de una época en la que, dicen, la gente todavía tenía esperanzas y creía en el futuro. Pero ahora, encima de que nos roban el futuro, nos liquidan el pasado, y como el presente va muy justito uno ya no sabe qué pensar. Casi a la vez nos han llegado las noticias del fallecimiento de Margaret Thatcher y de Sara Montiel. La política británica fue, junto con Reagan y Juan Pablo II, una de las banderas del neoconservadurismo que nos ha llevado a la actual situación. Los que vinieron después simplemente bailaron su música, fueran Clinton, Aznar, Blair, Merkel, Zapatero o Bush. En cuanto a Sara Montiel, su esquela viene a unirse a la catarata de fallecimientos en el cine español durante los últimos meses: Tony Leblanc, JL Galiardo, Fernando Guillén, María Asquerino, Sancho Gracia, Pepe Sancho, y en la última semana Mariví Bilbao, Jesús Franco y Bigas Luna. Lo de Sara Montiel sí que cierra toda una época, porque aunque nunca fui fan suyo -para gustos se hicieron colores-, siempre fue una especie de mito artificial (mito al fin y al cabo), y, francamente siento mucho su muerte. A ver si esa máquina exterminadora que han puesto a funcionar para de una vez. Descansa en Paz, Sara.