En estos momentos, utilizar el tiempo, el esfuerzo y el dinero del Parlamento para celebrar eso que llaman el Debate sobre es Estado de la Nación me parece una frivolidad. El Parlamento está para legislar y controlar. El control es nulo cuando una mayoría absoluta borreguista dice a todo que sí o que no al dictado, y que yo sepa las leyes verdaderamente importantes que hay que hacer o reformar se siguen debatiendo en las tertulias radiofónicas y en la prensa de uno y otro signo, pero no avanzan ni un centímetro. Es más, escribo esto un día antes de que se celebre el dichoso debate y ya puedo decirles en qué va a consistir: Rajoy hará un discurso triunfalista agarrándose a la reducción de déficit público y al aumento de la productividad, y es verdad que el déficit es menor porque ha recortado por todas partes, y por consiguiente, si menos trabajadores sacan adelante el mismo trabajo en los servicios públicos (también pasa en la empresa privada), al dividir lo producido entre un divisor más pequeño da un cociente mayor. Aritmética elemental y por lo tanto demagogia. Por su parte, la oposición pondrá sobre la mesa el ventilador de la corrupción y asistiremos al enésimo capítulo del culebrón «y tú más», mientras que los nacionalistas vascos y catalanes airearán sus banderas soberanistas echando la culpa a España de todo lo que les pasa. Habrá propuestas del PP que se aprobarán por mayoría, y de los otros partidos que serán rechazadas una por una. En los medios habrá un par de días de artículos a favor y en contra y debates paralelos y se acabó. Más allá de la retórica partidista, ninguna propuesta que favorezca el empleo, que detenga los desahucios, que moleste un tanto así a las grandes corporaciones o que ponga un poco de orden en el desmadre general. Tiempo perdido y pagado por los ciudadanos, mucho hablar (y siempre con lo mismo, ni siquiera son originales) y poco hacer (más bien nada). De manera que, si quieren una lección de demagogia pata negra de una y otra parte, no se pierdan el Debate, con el que ocurre como con las películas que hemos visto y que encima son malas, que se vuelven insoportables. Si ocurriera el milagro de que sirviera para algo, yo sería el primero en aplaudir y rectificar.
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