Alguien a quien entrevisté hace años me dijo que Elio Quiroga es un gran creador multimedia. Su faceta más conocida es la de director de cine, responsable artístico de varias películas de culto y un sinnúmero de cortometrajes de toda clase. Sin salir del mundo del cine, tiene una laguísima trayectoria como productor, guionista y lo que haga falta, pues dada su preparación en el campo de la informática se ha internado en proyectos innovadores de generación de programas destinados al cine.
Pero yo lo conocí antes en su vertiente poética, pues hice de editor de un bellísimo poemario que publicó en los primeros años 90 del siglo pasado. Luego ha dado a la imprenta trabajos ensayísticos y de vez en cuando se descuelga con un artículo sobre algún asunto cultural importante. Es decir, la creatividad de Elio Quiroga abarca distintos soportes y variados géneros, aunque la tendencia es a etiquetar a la gente para que sea una cosa y solo esa, aunque sepamos que Alberti fue un gran pintor, Lorca un músico muy comprometido con el rescate de la música popular, o Elia Kazan un excelente novelista. Que Elio Quiroga publicase una novela era solo cuestión de tiempo, porque si combinamos su capacidad narrativa y su dominio de la literatura, el resultado es siempre una novela. Y aunque parece curioso que escriba una novela de zombies (así se publicita El despertar en la portada), no lo es tanto cuando conocemos su trayectoria cinematográfica, que suele cruzar la línea de la realidad. Por lo tanto, tampoco es una sorpresa que Elio Quiroga, puesto a escribir narrativa, se haya inclinado por la novela de género, en este caso una historia en la que los muertos vivientes cohabitan de manera casi natural con lo vivos-vivos.
Y es ahí donde empieza a bifurcarse el camino de la obra de Elio, porque al hablar de zombies siempre pensamos en historias de terror como las de los muertos vivientes de Georges A. Romero o las figuras descompuestas de la filmografía de Darío Argento. Pero es justo lo que no sucede en El despertar, que no es una novela que trate de dar miedo (cosa que por otra parte sería legítimo) sino que inocula un miedo más estremecedor, y es el que se deduce de la metáfora de una sociedad que tienen que reciclarse porque sus miembros son distintos o al menos no todos son seres humanos al uso. Y es que lo interesante de la novela es que se trata de fundar una nueva sociedad en la que conviven zombies reconocidos y humanos vivos, llegando a crear estructuras que permitan esa convivencia. Quien dice zombies dice extraterrestres, extranjeros… seres diferentes que comparten el mismo espacio que los humanos-tipo normalmente constituidos y establecidos según normas milenarias (blancos, cristianos, heterosexuales…)
Por ello El despertar es mucho más que una novela de zombies. Se trata de una reflexión encubierta sobre la necesidad de que las sociedades sean más integradoras, en un tiempo en el que parece que el asunto va en sentido contrario. Y todo esto con un tratamiento humorístico que arranca sonrisas pero que no desvirtúa la esencia del problema. Es por lo tanto un texto muy original, que utiliza la novela de género, con apariencia de divertimento frívolo y si quieren hasta «friki», para plantear que esta sociedad, en la que hay grandes desafíos asimilables a la convivencia con los zombies, necesita profundos y radicales cambios en sus estructuras para seguir adelante.