Aunque sé que don Joaquín Artiles odiaba los lugares comunes, el tiempo pasa volando y parece que fue ayer el día que emprendió el gran viaje. Han pasado veinte años, y todavía lo recuerdo en el centro de su biblioteca, sentado como un almirante que gobierna las naves encuadernadas de las miles de ediciones que pasaron por sus ojos y conservaba en la memoria. Dicen que cuando hay que relatar los méritos de alguien es que no eran tan evidentes, y por eso no creo necesario enumerar otra vez su valiosísimo paso por la literatura, fuese medieval o contemporánea. Para cualquiera que tenga un básico conocimiento del devenir cultural y educativo de esta tierra basta con pronunciar su nombre y ya queda claro que hablamos de una figura mayor, incuestionable y que dejó una huella. La poesía en castellano se ve distinta desde que él indagó entre sus versos, y también la canaria, pues acompañó con su crítica y su consejo a todas las generaciones con las que fue contemporáneo.
Lo visité por primera vez para hacerle una entrevista. Ya estaba en sus últimos años y quería seguir sabiendo lo que ocurría, así que me emplazó para que lo visitase de nuevo. Yo procuraba distanciar las visitas, porque no quería importunarlo, y él siempre me reprendía porque siempre hacía demasiado tiempo desde la última vez. No es que tuviera especial predilección por mis visitas, es que tenía necesidad de saber de primera mano qué se escribía, qué se hablaba, y supongo que habría muchas más personas que, como yo, acudían con las novedades y a cambio conseguían sin proponérselo escuchar sentencias que más que de un hombre parecían proceder de un oráculo.
A pesar de que la luz llegaba cada día a sus ojos con menos brillo, procuraba leer todo lo que podía. Cuando publiqué una novela de más de doscientas páginas, se la llevé como obsequio, tal vez con el propósito de que un libro mío figurase entre los valiosos ejemplares de su biblioteca. Sabiendo de sus dificultades visuales, nunca pretendí que leyese aquel libro tan voluminoso a través de una máquina que le hacía de lupa y agrandaba las palabras una a una. Leer así es un trabajo hercúleo, y yo pensaba que era adecuado para leer un poema de veinte versos o como mucho un artículo periodístico, nunca una novela. Mi sorpresa fue que la leyó con detalle, y en la visita siguiente me comentó sus impresiones y hasta recabó algunas notas que había tomado. Por eso sé que aquella novela tiene entidad, porque sé también que, de no haberla tenido, don Joaquín me lo habría dicho.
Cada visita era como asistir a una lección magistral. No es que diera conferencias, hablaba poco, pero con una precisión como he visto muy pocas veces. No necesitaba largas parrafadas para poner las cosas en su sitio. Una de las lecciones que aprendí de él es que en los artículos periodísticos lo más importante es saber pensar. Se supone que quien escribe conoce las reglas de la gramática y escribe con corrección, y que domina el asunto del que trata su artículo. Pero eso no basta, decía él, porque puedes ahogar con demasiada información al lector, que no puede seguir el hilo de lo que trata de contarle el articulista. Por eso él aconsejaba que es importantísimo saber pensar, y como ejemplo ponía a Ortega y Gasset, autor de gran influencia que escribió gran parte de su obra en los periódicos. No es que Ortega no tuviese ideas, las tenía y muy brillantes, pero esa clarividencia hay que transmitirla, y no basta una prosa fluida, es necesario acompañar el pensamiento del lector: saber pensar. Y lo mismo decía de un autor tan denso como Nietzche en sus libros. Es por eso que vemos documentados trabajos escritos por autores especialistas en la materia, que además escriben con corrección, pero se nos atragantan porque no conseguimos seguir el hilo de su pensamiento. Sobra decir que don Joaquín sabía pensar, y este consejo he procurado llevarlo a la práctica con mejor o peor fortuna, porque he visto que tenía razón. Por eso la gente compra periódicos para leer determinada firma, no porque diga cosas más importantes que otros, sino porque sabe pensar.
La enorme figura literaria de don Joaquín no puede ocultar su gigantesca labor como dinamizador de la enseñanza secundaria. Basta contar los institutos (uno masculino y otro femenino) que había cuando él llegó al cargo de inspector y los que dejó cuando se jubiló. Su labor en este campo fue inmensa y si no se mira bien no nos percatamos de su importancia, porque ahora el alumnado de secundaria tiene un centro de enseñanza a tiro de piedra de su casa. Esperemos que esto, como tantas cosas, no se pierda, porque es el resultado del esfuerzo de muchas personas, la primera don Joaquín Artiles.
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Este trabajo fue publicado en el suplemento Pleamar de la edición impresa de Canarias7 del día 31 de octubre)
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