Woody Allen como escapatoria
Como la estulticia parece haberse apoderado de todos los que tienen algo de responsabilidad política en este país, me agota volver sobre lo mismo, porque para mí está claro: están locos. Todos. Por eso prefiero hablar de cine, aunque tampoco es de cine, pero viene al caso porque ayer vi Midnight in Paris , la penúltima de Woody Allen. De vez en cuando me apetece ver algo con cierta solidez en el salón de mi casa, y por eso me doy una vuelta por el videoclub, porque echarse en brazo de la televisión de este país a pelo es entregarse a la grosería y el mal gusto. No dudo de que haya talento, pero deben estar guardándolo para más adelante. Así que pinché el reproductor y me encontré con una película que en su impecable trayecto es previsible y hasta tópica, pero es que ya me conformo con que no me den patadas en la retina o en los tímpanos. Al final de la película te das cuenta de que en realidad no es tan previsible, y en ese recorrido va más allá de lo que parece. Y todo eso de forma divertida e imaginativa. Y me hizo pensar, porque siempre estamos comentando la época dorada de los años veinte en París, en Madrid, en Canarias, con personajes tan literarios como Hemigway, Valle-Inclán, Tomás Morales o Alonso Quesada. Y es que magnificamos el pasado, porque en su momento nadie pensaba que ochenta años después serían como estatuas en el tiempo. Los mitos literarios de nuestro tiempo están a nuestro alcance, los vemos por la calle, hablamos y tomamos café con ellos, pero solo el tiempo los convertirá en especiales. La realidad inmediata tiene poco glamour. Vean si no la foto que acompaña este post. Si solo vemos que es un muchacho fotografiado en 1903, no tiene más interés que la fecha, hace más de un siglo. Si por el contrario les digo que el chico de la foto es el poeta Tomás Morales con 19 años, la cosa cambia. De eso va la película de Allen, y ya puestos, la recomiendo.