Y ellos bailando en El Trianón
María Antonieta celebraba una fiesta detrás de otra en un palacete anejo al de Versalles que llamaban Trianón. No bien acababa una empezaba la otra, con música, bebida, danzas y una gran competencia en el vestuario, tanto masculino como femenino. El gasto era inmenso, y una corte corrupta dilapidaba el dinero que le sacaban al pueblo. Desde luego, no sería porque no se les dijera, porque muchos llegaron a Versalles avisando de que la gente estaba ahogada y resultaba cada día más difícil contener el descontento. Se cuenta que en el último invierno antes del estallido de la Revolución la reina estrenó una media de cinco lujosos vestidos por día, que jamás repetía, aderezado con joyas, sombreros y zapatos de similar rango. Llegaban más advertencias, pero ellos seguían bailando en El Trianón. Luego pasó lo que pasó.
La comparación es evidente. Mientras unos siguen de fiesta en su Trianón de viajes, grandes salarios superpuestos, beneficios incontables, robando directamente y creyéndose seres especiales con derecho a todo eso, otros pagan y pagan más, y cobran menos, estrangulados y encima aguantando reproches de los que miran desde el palacete. Y ya están cansados. De vez en cuando, por la ventana lanzan a la multitud una Eurocopa, pensado, como los romanos, que al pueblo se le doma con pan y circo. Lo que pasa es que empieza a haber poco pan. La historia se repite si no se aprende de ella, y por eso la gente sale a la calle muy cabreada por esa música que llega desde El Trianón. Están avisados.
digan a miles de kilómetros a lo mejor ahora nuestros dirigentes se dan cuenta de la realidad que llevamos gritando hace mucho tiempo sin que nadie mueva siquiera un peón. Por si fuera poco, ahora arden las islas, y no una, sino tres. Si estos incendios son fruto de las malas políticas mediomabientales, malo, si son provocados con intención, peor, porque quien incendia deliberadamente nuestra reserva forestal es un criminal directo por el daño inmediato que causa, y un criminal en diferido porque está dañando el futuro. Nuestros bosques inciden en la riqueza natural, en la lluvia, en el bienestar de todos, y si alguien va por ahí con una entorcha merece que lo encierren de por vida, porque es un peligro público. Y encima esa terrible ola de calor que hace la vida tan complicada, aunque hay que decir que la panza de burro ha mantenido a la capital grancanaria fuera de ese horno sahariano que es buene parte de Canarias. Crucemos los dedos para que los incendios sean dominados y para que nuestro dirigentes, los de aquí y allá, recuperen el pensamiento lógico.