Se cumplen hoy 35 años de las primeras elecciones después de la dictadura, las que iniciaron el camino que desembocaría en la Constitución de 1978. Como vemos, en año y medio se le dio la vuelta a la tortilla, eso es al menos lo que nos han hecho creer durante estos 35 años. Y llama la atención cómo en esos 18 meses se pudo hacer una Carta Magna que desmantelaba teóricamente el estado franquista, hubo un referéndum, y todo ello sin esas dilaciones y cortapisas que la propia Constitución introdujo; decían que eran mecanismos de seguridad, que era bueno dar protagonismo a los partidos para fortalecer la democracia, y en esas nos han estado diciendo que la Transición española fue un ejemplo para el mundo. Si seguimos aceptando pulpo como animal doméstico, España pasó en año y medio de ser una dictadura a convertirse en una monarquía parlamentaria. Y es verdad que fue así, lo que no está tan claro es que esa monarquía parlamentaria fuese todo lo democrática que debió ser. Como ocurre cuando se construye con malos materiales, el tiempo afecta al adificio, y eso es lo que le está pasando al sistema político español, que tiene aluminosis, y es ahora cuando revela los errores y las prisas, con los cuarteles vigilando qué se hacía en 1977. Esto pudo ser una disculpa entonces, pero han pasado 35 años durante los cuales se ha podido avanzar en la calidad democrática. Nada se ha hecho, y el descrédito del sistema, la sensación de una representatividad que no se corresponde con la realidad y la evidencia de que durante décadas hemos estado en manos de irresponsables aconsejan un cambio de rumbo urgente. Eso es lo que surge desde movimientos como el 15-M, pero los partidos políticos, instalados en una inercia egoísta y a la vez suicida, se niegan a verlo. Es verdad que la crisis económica no aconseja hacer olas demasiado grandes, pero la historia nos dice que los grandes cambios se producen en tiempos revueltos. Y hay otra constante histórica: lo que no se hace cuando es debido acaba imponiéndose por el peso de los hechos, y cosas que durante años no ocurren y que parece que necesitarían mucho tiempo suceden en una semana. Ojalá los dirigentes reflexionen y se pongan a trabajar en algo más que en garantizarse un puesto público o un cargo en su partido, porque hemos pasado de la libertad sin ira a estar iracundo e indignados, sin más.
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