Hoy no tengo nada que celebrar
Winston Smith, el protagonista de la novela de Orwell 1984, empieza a escribir su diaro el día 4 de abril. Los mismo que se celebran aniversarios de la tarde fundamental que se narra el El Ulises de Joyce, también podríamos celebrar este día de ficción orwelliano, que nos atañe mucho más, por las nuevas tecnologías y el control del Gran Hermano, que las provincianas costumbres de unos pacatos habitantes de Dublín. Y es que, como les pasa a los periodista deportivos con las estadística (tantos, goles, tantos rebotes o el más joven en conseguir un trofeo), cada día nos inundan con celebraciones que a veces son muy forzadas. Hoy, 4 de abril, podríamos celebrar la fecha de nacimiento de Caracalla, un emperador romano de principios del siglo III, aunque poco habría que celebrar porque era el paradigma del tirano obesivo, sangunario, loco y arbitrario, o sea, una joya. Pero ya es habitual que en los telediarios nos pongan una cuña audiovisual sobre cualquier cosa que cumpla siglos, años o meses. Ya hemos visto con qué insistencia se ha celebrado el 20 aniversario de la película El Padrino, supongo que para vender otra tanda de copias, y en este mes nos apabullarán con el centenario del hundimiento del Titánic, al que me sumo este fin de semana con la publicación en este espacio de un relato sobre el asunto que forma parte de mis Crónicas del salitre. Pero, en realidad, la mayor parte de las veces la cosa es muy forzada, y les aseguro que precisamente el cuatro de abril no tiene buen lugar en mi memoria personal, por lo tanto estimo que hoy no tengo nada que celebrar.