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Gobernar es fácil

Qué razón tienen cuando dicen que para ser dirigente político no hace falta preparación especial. Para gobernar solo hay que hacer cuatro cosas:
1.- RECORTAR. Con cuidado, hacerlo solamente en Sanidad, Educación, Servicios Sociales, Cultura. No tocar las subvenciones a las importaciones de alimentos y a todo lo que mosquee a las grandes empresas.
2.- ENCARECER agua, luz, teléfonos, transporte y todo lo que haya que pagar que engorde las cuentas de resultados de las multinacionales.
3.- BAILARLE EL AGUA A LA IGLESIA. Sin comentarios.
4.- SEGUIRLE EL JUEGO A MERKEL Y A LA CASABLANCA. También sin comentarios.
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Y ya está. Gobernar está tirado. Nada de pupitre, nada de ética,
¿qué es eso de velar por el interés general?
¡Qué antiguos! ¡Totorotas!
Lo que vale es la universidad de la vida,
que vivimos en la patria del Lazarillo de Tormes.

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Parra, historia viva de Chile

Con el Premio Cervantes ocurre como con casi todos los reconocimientos oficiales a toda una vida: ni están todos los que son, ni son todos los que están. Se entrometen intereses de todas clases, desde los económicos a los políticos, además de que los grupos de presión también existen en la literatura a ese nivel. Clamaba al cielo que un poeta del tamaño, la influencia, la historia y el peso de Nicanor Parra no estuviese en el palmarés del premio, pues estamos hablando de uno de los grandes poetas de la lengua en el siglo XX, que lo atraviesa en primera fila desde la década de 1930.
Alguien sentenció que decir Parra es decir Chile, ese país que va desde el abrasador y reseco desierto de Atacama hasta el Canal de Beagle y más allá en el umbral del Ártico, frío, húmedo y peligroso. Una estrecha lengua de tierra andina que se mueve continuamente, como las palabras de los poetas, y que se echa a volar muy lejos, hasta llegar al centro del Océano Pacífico, a Rapa Nui, en el confín de lo incomprensible, y que lo comprende todo, como la poesía que es legítima. Nicanor Parra ha entendido ese Chile como metáfora del Universo, y forma parte de los escogidos por los dioses para comunicarlo a los humanos.
9719[1].jpgChile ha dado grandes poetas, muchos de ellos coetáneos, hijos todos de su padre y de su madre, cada cual con su camino: Pablo Rokha, Pablo Neruda, Gonzalo Rojas, Gabriela Mistral, Vicente Huidobro… Y Nicanor Parra en todas las salsas. No es poco bagaje para la poesía chilena, dos Premios Nobel y dos Cervantes. Los Parra siempre fueron incómodos, para los regímenes conservadores y para los de izquierda, porque llevaban su ruta propia, y tanto Violeta como su hermano Nicanor no comulgaban con muchas prácticas de los progresistas, seguramente porque ellos lo fueron más que nadie, aunque siempre hay opiniones sobre la peculiaridad de la llamada «Peña de los Parra», santo y seña en el Santiago de Chile de finales de los años sesenta y primeros setenta, hasta que llegó el Pinochetazo.
Y es que Nicanor Parra es como el pórtico de una nación también muy peculiar. Ahora se habla de que es el creador de la llamada «antipoesía», pero en realidad Nicanor Parra era sangre en las venas chilenas en cada una de las muchas décadas que su vida y su poesía han transitado un siglo y parte de otro. Le han otorgado todos los premios habidos y por haber en nuestra lengua, los más sonoros, los más populares, los más elitistas, todos… Menos el Premio Gordo de la Lengua de Berceo, el Cervantes. Y a Chile, muy habitual en el listado de este premio, le han caído varios, pero se le adelantaron Rojas y Edwards, y Nicanor Parra siempre ahí, con 97 años, sirviendo de portada de la gran literatura chilena que por sus poemas llueve incluso sobre novelistas como Roberto Bolaño, un chileno-mexicano-catalán también muy peculiar.
Que Nicanor Parra no tuviese el Cervantes desde hace años era casi un insulto, porque es uno de esos nombres que están por encima de cualquier discusión, como ocurría en Canarias con José María Millares. Es como si en el cuadro de honor de ese premio faltasen Borges, Onetti, Paz… El Cervantes parece que trata de reivindicarse en los últimos años, pues en el anterior premiaron a Ana María Matute, una longeva escritora que también debía tenerlo desde hace décadas. Pero, como dicen en mi pueblo, nunca es tarde si al final llueve. Y, aunque ya casi oscurecido, ha diluviado con justicia un premio literario para un hombre que es más que un poeta, es la historia viva de Chile.
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(Este trabajo fue publicado en la edición impresa de Canarias7 del 2 de diciembre)

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La percepción del tiempo

Hablaba hace unos días de la brevedad del mandato de John F. Kennedy y de la estela que ha dejado, y es que la historia tiene esos recovecos, en los que a menudo se esconde la inmortalidad mítica, sin que a veces tenga relación con la verdadera importancia de una trayectoria o su duración. Es la manera en que se percibe y queda grabada para la posteridad. Hay figuras que resultan fundamentales y concuerda su percepción con lo que fueron. Un caso claro es la Reina Victoria del Reino Unido, que estuvo en el trono durante 64 años, probablemente uno de los reinados más largos de la historia, que tuvo su camino en el momento de mayor esplendor del Imperio Británico; otros casos son los de Felipe II, Stalin, Fidel Castro, Franco o el muy especial de Julio César, pilar fundador del Imperio Romano y figura paradigmática en diversos campos de la organización del estado y con treinta años de presencia política en diversos estadios del poder. De todos ellos hay memoria larga, que se corresponde con su presencia histórica y con la huella -buena o mala- que dejaron.
zWinston-Churchill[1][1].jpgSin embargo, hay otros personajes cuya incidencia en la memoria es muy superior al tiempo de permanencia y a veces a la obra. El mencionado John Kennedy es el ejemplo, pero hay otros que, si nos paramos a pensar, estuvieron un tiempo pequeño que nos parece enorme, porque son figuras recurrentes una y otra vez, y percibimos de ellas una larga presencia aunque esta fuese corta: Lincoln, Churchill, Azaña… El poder de Napoleón duró 14 años, pero el apogeo de su imperio no llegó a la década. Pero sin duda el caso más llamativo es el de Hitler, y el nazismo fue tan abyecto y su huella sangrienta tan profunda que nos parece que aquello debió durar una eternidad; pues solo duró 12 años (1933-1945), desde su llegada al poder hasta el final de la guerra, y es asombrosa la terrible eficacia de aquella maquinaria del mal. Tiene que ver con la realidad y su interpretación filosófica, pero aquí acaba mi jurisdicción; más allá es territorio de Rubén Benítez Florido.
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Con esa pinta rechocha y fumando un puro, Churchill hoy no saldría elegido ni concejal de Limpieza; en la foto aparece haciendo la V de victoria con dos dedos. Hay una leyenda sobre la utilización con tintes esotéricos de ese signo por parte del Primer Ministro británico… Pero de eso tal vez hable otro día, y del parelelismo que algunos estudiosos establecen entre Julio César y Jesucristo.