Inocente
Como buen canario (como todos con influencias británicas y gallegas) siempre he sido muy dado a la ironía, los juegos de palabras y la chanza constructiva. Las bromas en sentido ibérico son otra cosa, y la verdad es que no son plato de mi gusto. Sé que hay personas a las que les encanta hacer tarascadas que seguramente harán reír a mucha gente menos a quien van destinadas, y en el Día de los Inocentes se hacen verdaderas burradas. Se ha perdido la costumbre de hacer tonterías, colgar monigotes de papel o decir lo que no es, y los medios ya no tienen como norma sacar en portada una noticia falsa que aclaran al día siguiente. Hace años, una inocentada muy socorrida era poner sal al café de otro, pero hasta eso es peligroso, porque la víctima puede tener tensión alta. La risa propia no justifica hacer daño a los demás, y por eso las inocentadas nunca han sido cosa que haya practicado. De hecho, que yo recuerde nunca he gastado una a nadie, porque tampoco me resultan divertidas. Es más, los programas de televisión de cámara oculta me ponen nervioso, porque en el fondo acaban humillando a las personas, ya que ponen en evidencia sus miedos y sus traumas. Definitivamente, no me gusta el Día de los Inocentes, así que estén alerta porque sí que hay gente a la que le gusta pegar quintadas, que es como se decía en mi pueblo. Aunque para inocentadas gordas habrá que esperar al Consejo de Ministros del viernes.