Después del debate
Anoche hubo debate, y hoy los medios afines pregonan que ganó este o el otro. Ya sabíamos que era una puesta en escena, y a fuer de sincero tengo que decir que vi el comienzo y como la cantinela ya me la sé me puse a ver un par de capítulos de The Wire, una serie que me pasaron en dvd y que confiesa que es ficción de verdad; y yo la prefiero a la verdad de ficción. Quedan casi dos semanas de campaña y desde luego no pienso acudir a ninguna convocatoria de las que los partidos hacen a los culturos. En todo caso, tengo mi voto decidido -o mi no voto, eso es cosa mía- y no me creo con ninguna autoridad para dictar a la gente qué debe votar, o si debe votar en blanco o abstenerse.
Cuando era más joven, feliz e indocumentado, mostré apoyo a alguna fuerza en una elecciones (de lo que me arrepiento, y a lo hecho, pecho), pero a estas alturas me molesta que me den lecciones de democracia, por lo tanto me abstengo de darlas. Otra cosa es llamar la atención con propuestas civiles sobre temas importantes, pero en unas elecciones todo el mundo es mayor de edad. Los dirigentes están en otra onda, y los que ahora no lo son quieren subir a ese carro, si no no se explica que se gaste un dineral en campañas electorales cuando ya todo el mundo tiene claro su voto (llevamos cuatro años de campaña), y tampoco se explica que los jefazos del G-20 ocupasen en Cannes habitaciones de 30.000 euros la noche, cuando se supone que pasaban casi todo el tiempo reunidos tratando de salvar al mundo (o a los marionetistas que los mueven). Y aunque no venga a cuento: me asombró saber hace unos años que las suittes de Ritz parisino cuestan alrededor de 6.000 euros, y si ya eso es una burrada, me pregunto qué tiene una habitación de hotel en la Costa Azul para que se pague por ella el equivalente a cinco millones de pesetas. Estas cosas son las que hacen que uno prefiera ver series americanas en lugar de a R&R. Tienen más ritmo televisivo, dónde va a parar.