La crisis… ¿Qué crisis?
Primero nos hablaron de la crisis de las hipotecas, luego de la de la deuda y ahora nos hablan de la del euro. Es decir, ni siquiera sabemos en qué crisis estamos. La cosa es cojonuda, como el derribo de un castillo de naipes, y a la vez un dejá vu, porque nos parece que esto ha sucedido antes. La cosa empieza en Estados Unidos, que se agazapa y espera, se traspasa a Europa y Alemania toma el mando, como siempre que hay problemas (¿por qué será?) Merkel trata de ponerse de acuerdo con Sarkozy, como si fuera tan fácil romper la inercia histórica de enemistad germano-francesa. Y, claro, el Banco Central Europeo colgado de un guindo, porque no se atreve a hacer lo que tiene que hacer (ya lo ha hecho el Tesoro norteamericano) porque eso no le conviene a Alemania, que parece jugar al «muera Sansón con todos los filisteos». Pero, tranquilos, Obama nos anima desde la otra orilla, y tal vez acuda al rescate de Europa como ocurrió en las dos guerras mundiales del siglo XX. Eso significa que su influencia será más y más agobiante. Lo malo es que esto no es provocar una tormenta en una bañera para filmar la batalla naval de Ben-Hur, y no estoy muy seguro de que tanta mediocridad gobernante sepa cómo detener la máquina que ellos mismos han puesto en marcha. Y ahora resulta que los especialistas dicen que ni Italia ni España son culpables de sus males, sino el tsunami financiero que Alemania ha provocado. Pero no se preocupen, sigamos haciendo cábalas sobre si el Barça es capaz o no de alcanzar al Madrid; es entretenido y lo otro ya no está en nuestras manos. Nunca lo ha estado.