No era el Sol, era el diablo
Yo, que me temía el cabreo del Sol, veo que la cosa iba también de fuego, pero era el diablo. El Perro Maldito de Valsequillo es un fiesta que se ha convertido en tradición y este año, precisamente cuando cumplía el 25 aniversario, ha terminado mal, ha habido un accidente del que espero y deseo se reuperen muy pronto las personas afectadas. Ya dice el refrán que el que juega con fuego se quema, y no es ningura rareza que en una fiesta en la que hay fuego a veces se pierda el control del espectáculo. Ocurre también en Las Fallas de Valencia y en cualquier evento que entraña cierto peligro, y está claro que, por acción u omisión, aquí se ha petido la pata. No se trata de demonizar (nunca mejor dicho) una fiesta popular, pero es evidente que la seguridad no estaba garantizada. Las fiestas populares canarias suelen ser, en general, de lo más inofensivas en su esencia (otra cosa es que la gente se pase, pero eso ya no es la fiesta). Aquí bailamos con ramas, nos tiramos agua o gofio o tratamos de coger una lisa en un Charco. Pero, claro, en algunas celebraciones, como la del Perro Maldito, hay fuego, como lo hay en las exhibiciones pirotécnicas de San Lorenzo o en la Noche de San Juan. Jugamos con los cuatro elementos del arjé: tierra (caminito de Teror, romerías), aire (velas latinas, cometas), agua (Lomo Magullo, Agaete, La Aldea) y fuego. Nada tienen que ver nuestras fiestas populares con las animaladas que hacen en La Peníncula, donde lanzan cabras desde el campanario, matan un toro a puyazos o el toro ensarta a un parroquiano que se la juega en un encierro o en alguna de las modalidades levantinas con toros asesinos. Así que no saquemos las cosas de quicio, Valsequillo merece que la fiesta siga, pero también es de rigor que las medidas de seguridad sean las máximas.