De un tiempo a esta parte hay una especie de obsesión mediática por la historia y lo histórico, pero mirada desde la actualidad más caliente, que quita neutralidad a los análisis. Hemos visto cómo muchos proclaman que el actual Barça es el mejor equipo de fútbol de la historia, Nadal el mejor deportista español de la historia o Berlanga el mejor director de cine español de la historia. Siempre la historia, pero lo más reciente gana siempre en todas las encuestas mediáticas, porque la mayor parte de la gente no valora películas de antaño ni vio jugar a Kubala. Porque sucede en todas las áreas. No puede saberse cuál es el mejor actor de la historia, el mejor cuadro, la mejor novela, el mejor poeta o el músico más sublime. Sabemos que hay obras y figuras muy grandes, pero, dentro de esa grandeza, es cuestión de gustos, de visiones culturales y de quién haga la proclama. Es curioso ver cómo, cuando los americanos hacen un ránking de los diez mejores libros de la historia, aparecen siempre tres o cuatro norteamericanos, y en la lista de mejores actores casi no hay nombres de fuera. En el deporte se puede medir el número de medallas, de copas y todo eso, pero incluso así es muy difícil establecer ese rango supremo. Un gran deportista en cualquier rama que acapara más triunfos no es necesariamente el mejor de la historia, porque depende también de si en su su generación no han le han salido competidores del nivel que tuvo el que quedó segundo. Y se puede medir el número de goles de un equipo, pero no su juego, que es como evaluar un ballet. En estos últimos años he visto adjudicado el título máximo del deporte de la historia al Real Madrid, al Barça, a Gasol, a Nadal, a Fernando Alonso, a Induráin, a Contador, Messi, a… Uno de ellos tal vez sea ese mirlo blanco, pero deberíamos tener en cuenta a figuras como Pelé, Bahamontes, Santana, Angel Nieto… Habría que ser más comedidos… Yo también, por supuesto.
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