Belén Esteban y el caballo de Calígula
Sabemos que la telebasura hace audiencias y por lo tanto genera dinero, que los realitys entre mentiras y verdades exhiben lo más grosero del género humano, pero hay cosas que no tienen soldadura. Hemos escuchado a afamados presentadores (ahora llamados monstruos ¿por qué será?) defender lo indefendible, como aquella legendaria frase de Javier Sardá «¿Telebasura? ¡Tu puta madre!», o la teoría de que Gran Hermano era un experimento sociológico salida de la boca de la inefable Mercedes Milá. Incluso los programas supuestamente críticos con la telebasura la han utilizado de manera continua (Sé lo que hicísteis) o de forma esporádica (Buenafuente, El intermedio), y cada cual tira de la manta hacia donde le conviene, porque como me contaron que decía un profesor de Ciencias de la Información «Indentificar un programa de televisión es fácil, es lo que sale en medio de la publicidad». La televisión es un medio extraordinario que se ha degenerado para embrutecer a la gente, pero al menos los directivos guardaban las formas, haciendo de las suyas escondidos en sus despachos, pero no insultando nuestra leve inteligencia. Ha dicho Paolo Vasile, Consejero Delegado de Telecinco, que Belén Esteban es la precursora del 15-M. Claro, y el caballo de Calígula el pilar sobre el que se consolidó el Imperio Romano. No olvidemos que el caballo en cuestión era Cónsul, porque lo nombró aquel «característico» emperador, y a Belén Esteban la han nombrado precursora de no sé qué, como Voltaire lo fue de la Revolución Francesa. Pues nada, como ya tenemos pensadores de ese calibre, cerremos las universidades.
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El caballo preferido de Calígula era Incitatus, que en latín viene a traducirse por Impetuoso, que no me extrañaría que fuese lo que quiso decir Jesús Gil cuando llamó a su caballo Imperioso.
Salamanca (ya lo fueron) o Alcalá de Henares. Con medio milenio de historia y esos parámetros, ninguna ciudad canaria tiene posibilidades. Y si lo que se quiere es poner a Europa en el mapa (o ponerla más) nombrar capital cultural a ciudades como París, Florencia, Roma o Saltzburgo es hacer llover sobre mojado. Ya son capitales culturales desde siempre. Algo así sucede con Donostia, una ciudad con un festival de cine de primer nivel (sólo hay cuatro en el mundo), y una fama de buena mesa (muy bien subvencionada en el BOE) desde que hace 100 años Alfonso XIII veraneaba en el palacio de Ayete y se bañaba en La Concha. San Sebastián es un lugar que puede aportar las mismas cosas que cien ciudades europeas (Friburgo, Brujas, Chartres, San Petesburgo…) y todas las grandes capitales. Córdoba, sin embargo, aportaría el esplendor de Medina Azahara y Abderramán III, Segovia las huellas del Imperio Romano y Las Palmas el puente con Africa y América. Está claro, Europa quiere más de lo mismo, seguir encerrada en sí misma. Nadie pone en tela de juicio la belleza de Donostia, ni el sabor de sus pinchos, pero es como dar al que ya tiene. Dicen que esta capitalidad es una apuesta por la paz. Pues muy bien, si para que te den algo hay que crear violencia empecemos a tirar piedras a los transeúntes. Siento decirlo, pero eso es ceder a un chantaje y por eso estoy de acuerdo con Cambreleng en que ha sido una decisión política. Por otra parte -y lo digo ahora que no puede hacer daño- Las Palmas puede ser puente, pero no estoy seguro de que se hayan colocado las piedras con que vamos a construirlo. Aquí se han perdido muchas oportunidades de hacer cosas importantes, una detrás de otra, y ahora no podemos echar la culpa a un jurado reunido en Madrid. Pero insisto, San Sebastián es la última ciudad que yo habría votado.