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No vale todo ni para los ladrones


eeermmmi.JPGHasta hace unos años, había honor hasta entre los ladrones. Existía lo que llamaban el código del hampa, que consistía en no robar a la gente que se ganaba la vida en la calle, como los vendedores de lotería o los repartidores de gas. No es que los ladrones fueran seres ejemplares, pero, por ejemplo, había cosas que eran sagradas, intocables, y una de ellas la religión. Ahora ya ni eso. En estos días han robado en una iglesia de Tenerife y otra de Lanzarote, y han ido demasiado lejos, a tocar lo más venerado por los creyentes. Cuando los ladrones entraban antes en las iglesias, robaban obras de arte, que siempre han tenido un mercado negro muy lucrativo, y los raterillos como mucho abrían el cepillo de las limosnas que estaba en manos de un monaguillo de yeso con sotana roja y alba blanca al que en mi pueblo llamaban Cirilito. Pero objetos sagrados nunca. Leo en los medios que en los robos mencionados se han llevado hasta un cáliz. Eso es intolerable, porque se está mancillando algo que tiene otra dimensión para los creyentes. Y eso hay que respetarlo por encima de cualquier cosa, porque es atentar contra lo más íntimo de muchas personas. Hasta el dinero del cepillo de una iglesia es sagrado, porque si bien suelo ser muy crítico con algunas actitudes y acciones de la jerarquía eclesiástica, no puede negarse la evidencia de la labor que realizan las obras sociales de La Iglesia, que son muchas y nunca cierran las puertas a nadie. La sociedad tiene que reaccionar ante este «vale todo». Pues no, no vale todo, porque lo que se han llevado tiene un valor más allá del baño de oro del cáliz de una modesta parroquia.

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Zapatero se va, como el manisero

Zapatero se va, como el manisero de Antonio Machín. Ahora se ha abierto la veda y cada cual utiliza el asunto según su conveniencia, dentro y fuera del PSOE. Siempre me ha parecido un exceso ese secretismo -símbolo de poder- de los presidentes de gobierno españoles. Es como si tuvieran muy bien guardada la piedra filosofal y cuando les parece comparten sus pensamientos con los mortales. ppsssso.JPG ¿Se acuerdan de la famosa libreta azul de Aznar, en la que tenía anotados los cambios de ministros y otras menudencias? En esta democracia, el Presidente es investido por el Parlamento, y una vez en La Moncloa es un arcano al que hay que adivinarle el pensamiento. Llegan cuando llegan y, salvo moción de censura o final de legislatura, se van cuando les parece. En una sociedad verdaderamente democrática no debiera ser así, porque el Presidente nombra a los ministros y todos están sujetos a él; es decir, delegamos todo ese inmenso poder en una sola persona. Cuando se decía que la decisión de Zapatero la sabían sólo dos personas (Sonsoles y Bono) me preguntaba cómo es posible que algo que nos atañe a todos esté en las manos de una sola persona. Será porque tengo otro concepto de la verdadera democracia, que nada tiene que ver con libretitas azules de diario adolescente o secretismos infantiles como si fuera un juego.

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El año estacional

Hace un par de semanas que entró la primavera, y como Fukushima y Libia no me han dejado respirar, no he comentado hecho tan importante, porque en muchas culturas la medida del tiempo comienza con esta estación. En Occidente no, todo se parece al curso escolar, que empieza a finales de verano y llega otra vez al verano, lo mismo que los parlamentos o la liga de fútbol. Nuestro año empieza en vísperas del otoño y por eso no damos a la primavera el trato que merece.
PEREZCURBELO1.jpgPor otra parte, la estación tiene muy mala prensa, porque se habla de tendencias a la depresión, de alergias múltiples y de una salud siempre en el filo de la navaja. No debería ser así, porque atrás queda el invierno, que se supone es la estación más dura, pero la cultura impone sus reglas y, aunque cada 31 de diciembre la gente hace fiesta para despedir el año, en realidad es solo un paréntesis en el recorrido vital que ha empezado en septiembre. En todo caso, que tengan un buen año estacional.

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(La foto de un almendro en flor es de Pérez Curbelo y fue publicada en su día en Canarias7)