No vale todo ni para los ladrones
Hasta hace unos años, había honor hasta entre los ladrones. Existía lo que llamaban el código del hampa, que consistía en no robar a la gente que se ganaba la vida en la calle, como los vendedores de lotería o los repartidores de gas. No es que los ladrones fueran seres ejemplares, pero, por ejemplo, había cosas que eran sagradas, intocables, y una de ellas la religión. Ahora ya ni eso. En estos días han robado en una iglesia de Tenerife y otra de Lanzarote, y han ido demasiado lejos, a tocar lo más venerado por los creyentes. Cuando los ladrones entraban antes en las iglesias, robaban obras de arte, que siempre han tenido un mercado negro muy lucrativo, y los raterillos como mucho abrían el cepillo de las limosnas que estaba en manos de un monaguillo de yeso con sotana roja y alba blanca al que en mi pueblo llamaban Cirilito. Pero objetos sagrados nunca. Leo en los medios que en los robos mencionados se han llevado hasta un cáliz. Eso es intolerable, porque se está mancillando algo que tiene otra dimensión para los creyentes. Y eso hay que respetarlo por encima de cualquier cosa, porque es atentar contra lo más íntimo de muchas personas. Hasta el dinero del cepillo de una iglesia es sagrado, porque si bien suelo ser muy crítico con algunas actitudes y acciones de la jerarquía eclesiástica, no puede negarse la evidencia de la labor que realizan las obras sociales de La Iglesia, que son muchas y nunca cierran las puertas a nadie. La sociedad tiene que reaccionar ante este «vale todo». Pues no, no vale todo, porque lo que se han llevado tiene un valor más allá del baño de oro del cáliz de una modesta parroquia.