Las tradiciones
En este país, en el que buena parte de la población dice que el Estado debe ser laico, la Semana Santa es una de las vacaciones clásicas. No he visto que haya movimientos para suprimir estas fiestas en el calendario laboral, y resulta contradictorio puesto que tanto estas vacaciones como la Navidad y las fiestas de los santos patronos y la mil vírgenes que pueblan España son las que rigen no sólo el calendario laboral, sino la guía de las tradiciones de muchas comunidades. Aparte de la significación religiosa que puedan tener para los creyentes, estas fiestas, como otras muchas, son el referente de asuntos culturales y artísticos (es inmenso el arte que hay en las iglesias) y de tradiciones seculares que han ido conformando unas sociedades europeas en las que sin duda el cristianismo es una de sus columnas culturales. También es cierto, que con motivo de esta o aquella festividad, hay costumbres que podríamos ir desterrando, porque por mucha tradición que haya es una salvajada martirizar un toro en una vega de Valladolid, realizar encierros y espectáculos con toros en los que suele haber accidentes mortales o lanzar cabras desde los campanarios. La religión es una cosa, la tradición otra y la cultura otra, aunque, como ocurre en Semana Santa, se dan la mano.
Hace unos días estuve en Valsequillo para dialogar con el alumnado del instituto sobre mi novela La mitad de un Credo, que tiene como protagonista a un personaje trasunto de Juan García el Corredera, que caminó por aquellas tierras, desde el Valle de los Nueve a los Picachos de Tenteniguada. Fue un día de reencuentros. Por un lado el de la mítica figura del personaje con los lugares reales por donde recibió la solidaridad del pueblo llano, y también la mía con una época en la que fui profesor en ese precioso lugar. Ha pasado el tiempo, el aspecto físico del centro urbano del municipio ha cambiado, pero sigue siendo igual la sencillez y la nobleza de unas gentes que son los que realmente dan personalidad a un enclave que todos admiramos por la belleza de su paisaje. Valsequillo es un pueblo de memoria y de futuro, y siempre es muy grato volver, sobre todo cuando en el fondo nunca nos hemos ido.