Hablar sin argumentos
Hace años, circulaba por ahí un aforismo con vocación de chiste que decía: «La lengua en España no paga impuestos». Se usaba cuando alguien hablaba a la ligera sobre un asunto que desconocía, y las posibilidades de disparatar eran muy altas. En esto días, con motivo del terremoto y tsunami en el Pacífico, hemos oído a docenas de personas opinando y sentando cátedra. Cuando habla alguien con autoridad científica, hay que escuchar, pero si el que habla es un comentarista del corazón hay que desconfiar. Todo el mundo opina y dice burradas, porque la sismología es una ciencia y hablar de ella sin conocimientos es confundir a la gente que tiende a creer todo lo que sale en los medios. Uno de los disparates mayores que escuché fue que la escala de Richter va de 1 a 10 (no es cierto, carece de límite por arriba, aunque pasar de 10 sería en la práctica la desaparición de la zona afectada). Otro error que era repetido por informantes desinformados es que un terremoto de intensidad 7 es algo más fuerte que otro de intensidad 6. Tampoco es cierto, y para ello me ayudo de lo que dice la enciclopedia que tengo en casa:
«La escala de Richter crece en forma potencial o semilogarítmica, de manera que cada punto de aumento puede significar un aumento diez o más veces mayor de la magnitud de las ondas (vibración de la tierra), pero la energía liberada aumenta 32 veces. Una magnitud 4 no es el doble de 2, sino hasta 100 veces mayor».
También confundían esta escala con la de Mercalli que no se basa en el sismógrafo, sino en los efectos devastadores de un terremoto. Así, según esta escala, un terremoto como el de Haití, con 7 grados en la escala de Richter, tiene grado XI en la Mercalli (Muy desastroso), y el de California en 1994, con similar intensidad sísmica, tiene en la escala de Mercalli el grado VIII (Destructivo).
Y como se habla sin el menor cuidado ante millones de espectadores, lo único que puedo recomendar es precaución con lo que se escucha, porque con tan poco rigor no podemos fiarnos de lo que oímos.
Mientras tanto, por aquí seguimos con tonterías y estupideces que ni siquiera resisten la lógica más básica. Se quejan algunos alcaldes tinerfeños de que es un sin Dios que los emigrantes canarios en Venezuela no puedan votar en las elecciones nuestras, y eso es algo que nunca he entendido. La demagogia de que «tienen sangre canaria» y todo eso es fácilmente rebatible. Si un canario está empadronado en cualquier municipio de La Península, podrá votar allí, pero no en Canarias, y sin embargo si vive en Venezuela parece tener un derecho sacrosanto. Pues los canarios que viven en Madrid o Castilla-León tienen esa misma sangre isleña, no votan y no pasa nada; eligen al alcalde de Ponferrada o al de Caracas, y cuando vivan en Canarias, como estarán empadronados, votarán en las elecciones de aquí. Digo yo.