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Planeta made in USA

Libia está en una situación que podríamos denominar claramente como guerra civil, asunto no muy raro porque en realidad nunca fue un estado sólido, ya que es un territorio tribal, que sólo ha sido Libia bajo el yugo de Italia o la dictadura feroz de Gadafi. 874zdg.JPGCon la caída de Gadafi ocurrirá algo similar a lo sucedido en Yugoslavia cuando murió Tito, que tenía bajo su puño de acero a media docena de comunidades muy diferenciadas que se enfrentaron inmediatamente. Pero Libia es otra cultura, unas gentes que provienen del Islam y que no han hecho su revolución burguesa; difícilmente van a entrar en el juego de la democracia como la conocemos en Occidente. La Comunidad internacional (o mejor dicho, los países poderosos) debieran ocuparse de que haya un tránsito pacífico, cosa muy complicada cuando antes les han puesto armas en las manos. Eso es lo único que saben hacer, como han hecho en Chad, Somalia, Mozambique, Angola… Y otra cuestión: en este planeta hay unos 200 estados, 192 de los cuales forman parte de la ONU, y eso sin contar territorios que pretenden serlo o que lo son de hecho. ¿Cómo es posible que sea uno solo de esos estados el que siempre intervenga aquí y allá? Estados Unidos ya está afilando sus armas para entrar en Libia, y nadie le dice lo contrario. La UE sigue con su yenka inútil de siempre, y Rusia y China dejan que los yanquis se metan, acaso con la esperanza de que tantos frentes abiertos los debilitarán. Si lo miramos despacio veremos que es un despropósito, es como si ahora al gobierno de Perú o de Nueva Zelanda se le ocurriera mandar tropas a Libia. Nadie lo entendería, y sin embargo se acepta como normal que lo haga Estados Unidos.

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Siempre la intolerancia

Impactado aún por la muerte de la actriz francesa Annie Girardot, que nos dio momentos cinematográficos inolvidables (Rocco y sus hermanos, Morir de amor…), me llega la noticia de que un grupo de intelectuales argentinos, encabezados por el Director de la Biblioteca Nacional Horacio González, quiere vetar la presencia y la palabra de Mario Vargas Llosa en la Feria del Libro de Buenos Aires que se celebrará en abril. girardott.JPGEs paradójico que quien ostenta el cargo que en su día ocupó Jorge Luis Borges encabece un movimiento que lo único que pretende es que no se oigan voces arrítmicas con el peronismo reinante. Con ese mismo baremo, Borges hoy no podría hablar en Argentina. No es de recibo que se niegue la palabra a nadie, y menos desde un sector que debiera defender a marchamartillo la libertad de expresión, pero es que, encima, no se la niegan a cualquiera, sino al único Premio Nobel vivo de nuestra lengua, que, además, es Premio Cervantes. Vargas Llosa es esencialmente un demócrata, y se puede discrepar de sus ideas, pero vetarlo tan descaradamente es una jugada política evidente, pues en Argentina están en vísperas de elecciones y los peronistas en el poder no quieren que nadie, y menos alguien con el predicamento de Vargas Llosa, vaya a colocar en la mesa un discurso diferente. Y es que cuando la literatura le hace el juego al poder mal vamos.

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¡Qué falta de sensibilidad!

Lo ocurrido con la propuesta de dar el nombre de José Vélez al Palacio de la Cultura de Telde es una muestra más de la falta de sensibilidad del consistorio. Utilizan el nombre de un artista para sus fines políticos, sin tener el menor cuidado en el daño que eso puede hacer a la imagen pública y a su propia autoestima, porque todo el mundo tiene su corazoncito. general[1].jpgEs sabido que la mayor parte de los acuerdos políticos se hacen antes de llegar a las sesiones oficiales, que es donde se escenifican. Que un ayuntamiento dé a una calle, una plaza o un edificio el nombre de alguien destacado es normal, pero cuando esa persona está viva no se puede estar jugando. La escena oficial ha de ser que se aprueba, y eso hay que saberlo antes. Cuando no hay acuerdo previo, no se lleva al pleno, porque resulta humillante para la persona homenajeada, para la gente que la quiere y para sus seguidores. Si hubo acuerdo anterior y alguien se rajó, malo; y si lo que sucede es que una fuerza política no tiene la seguridad del acuerdo y sigue adelante, peor. Pero claro, hay que sacar réditos políticos. No se puede humillar públicamente a un artista; si, en su derecho, este ahora se negara a que dieran su nombre a un edificio dirían que es un desagradecido. Yo lo entendería, es humano y han jugado con él. Aunque ahora digan salmos en latín, jugar políticamente con el nombre de José Vélez es una tremenda falta de sensibilidad cultural, política y humana.