Planeta made in USA
Libia está en una situación que podríamos denominar claramente como guerra civil, asunto no muy raro porque en realidad nunca fue un estado sólido, ya que es un territorio tribal, que sólo ha sido Libia bajo el yugo de Italia o la dictadura feroz de Gadafi. Con la caída de Gadafi ocurrirá algo similar a lo sucedido en Yugoslavia cuando murió Tito, que tenía bajo su puño de acero a media docena de comunidades muy diferenciadas que se enfrentaron inmediatamente. Pero Libia es otra cultura, unas gentes que provienen del Islam y que no han hecho su revolución burguesa; difícilmente van a entrar en el juego de la democracia como la conocemos en Occidente. La Comunidad internacional (o mejor dicho, los países poderosos) debieran ocuparse de que haya un tránsito pacífico, cosa muy complicada cuando antes les han puesto armas en las manos. Eso es lo único que saben hacer, como han hecho en Chad, Somalia, Mozambique, Angola… Y otra cuestión: en este planeta hay unos 200 estados, 192 de los cuales forman parte de la ONU, y eso sin contar territorios que pretenden serlo o que lo son de hecho. ¿Cómo es posible que sea uno solo de esos estados el que siempre intervenga aquí y allá? Estados Unidos ya está afilando sus armas para entrar en Libia, y nadie le dice lo contrario. La UE sigue con su yenka inútil de siempre, y Rusia y China dejan que los yanquis se metan, acaso con la esperanza de que tantos frentes abiertos los debilitarán. Si lo miramos despacio veremos que es un despropósito, es como si ahora al gobierno de Perú o de Nueva Zelanda se le ocurriera mandar tropas a Libia. Nadie lo entendería, y sin embargo se acepta como normal que lo haga Estados Unidos.
Es sabido que la mayor parte de los acuerdos políticos se hacen antes de llegar a las sesiones oficiales, que es donde se escenifican. Que un ayuntamiento dé a una calle, una plaza o un edificio el nombre de alguien destacado es normal, pero cuando esa persona está viva no se puede estar jugando. La escena oficial ha de ser que se aprueba, y eso hay que saberlo antes. Cuando no hay acuerdo previo, no se lleva al pleno, porque resulta humillante para la persona homenajeada, para la gente que la quiere y para sus seguidores. Si hubo acuerdo anterior y alguien se rajó, malo; y si lo que sucede es que una fuerza política no tiene la seguridad del acuerdo y sigue adelante, peor. Pero claro, hay que sacar réditos políticos. No se puede humillar públicamente a un artista; si, en su derecho, este ahora se negara a que dieran su nombre a un edificio dirían que es un desagradecido. Yo lo entendería, es humano y han jugado con él. Aunque ahora digan salmos en latín, jugar políticamente con el nombre de José Vélez es una tremenda falta de sensibilidad cultural, política y humana.