Al escuchar el discurso del Estado de la Nacionalidad del Presidente canario, me pareció volver a los chistes críticos sobre la Unión Soviética, que circulaban durante la Guerra Fría. Había libros completos que afirmaban que aquellas chanzas procedían de la URSS. Es decir, que los rusos tenían sentido del humor, negro en este caso. Uno de los más populares en los años setenta era el que contaba que un maestra rusa de Primaria glosaba a su alumnado las maravillas de aquel sistema. «En la URSS», decía la maestra, «todos los niños están escolarizados, la gente come tres veces al día, tiene vivienda y abrigo para el invierno, hay acceso a la cultura en todas sus manifestaciones, todo el mundo tiene derecho a unas relejantes vacaciones, a ser atendido en los hospitales cuando está enfermo y a vivir su ancianidad sin problemas, protegido por el Estado; y lo que es más importante, en la URSS hay libertad y no la opresión de la sociedad capitalista». Una niña de la primera fila levantó la mano y exclamó: «¡Señorita, Señorita, yo quiero irme a vivir a la Unión Soviética!» Pues eso, después de haber escuchado el discurso de Paulino Rivero, no puedo menos que gritar: «Presidente, Presidente, yo quiero irme a vivir a Canarias!»