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Haití un año después

Hay pueblos que parece que sobre ellos ha caído una maldición. Haití es uno de ellos, un lugar en el que se mezcla la extrema pobreza con los sistemas políticos corruptos y la ignorancia que es manipulada por creencias esotéricas como el vudú o el convencimiento de que los muertos vuelven físicamente del más allá (zombis). Con estos ingredientes no hay manera de que u pueblo avance, sobre todo cuando sus dirigentes se aprovechan de todo eso para amasar fortunas inmorales a costa del sufrimiento ajeno.
terremoto[1].jpgAsí era Haití hace un año. Pero encima la tierra se movió, con una intensidad que en países como Japón significaría un contratiempo (6,5), pero que en lugares de construcciones endebles es la destrucción total. También parece que a los pueblos más pobres les ha tocado habitar en los lugares más peligrosos del planeta. Luego ha llegado el cólera, y la comunidad internacional no ha cumplido lo que prometió en la conferencia de donantes, pero sí que ha habido dinero para misiles, portaaviones y tanques. La verdadera maldición de Haití es la crueldad del ser humano, lo mismo que sucede en Darfour, en el Congo, en Somalia, en Liberia o en Birmania (o como se llame ahora). Lo único que saben hacer las grandes potencias es venderles armas y expoliar sus recursos.

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La violencia como arma política

Lo ocurrido en Arizona no es una casualidad por dos razones: la primera es que en un país en el que hay 300 millones de personas y 400 millones de armas de fuego siempre hay algún loco que aprieta el gatillo. Siempre se ha dicho que no es bueno tener un arma en casa porque puede que alguna vez acabe siendo utilizada, y por eso no entiendo por qué se permite llevar navajas a chicos y chicas que van a institutos o salen a tomar una copa. Portar armas debería ser un delito muy grave, porque en una pelea salen a relucir, cosa que no pasaría si no estuvieran presentes. La violencia que hay en la sociedad depende también de la permisividad.
edertano.jpgLa segunda razón por la que creo que lo de Arizona no es casual es que el mensaje envenenado que lleva meses lanzando el Tea Party acabaría teniendo respuesta por parte de algún descerebrado. Está claro que los norteamericanos, a pesar de tantos adelantos técnicos, siguen viviendo con el espítitu de la frontera, de aquello pioneros que se abrían paso a punta de revólver y en medio docenas de pistoleros, forajidos y gente que quería sacar provecho del trabajo de los demás. Ese espíritu pionero que se apoya en el rifle como emblema de libertad es un engaño, y mientras no se controle la posesión de armas no habrá manera de evitar que, entre 300 millones, salga un animal que juega al tiro al blanco con las personas. Por otra parte, este atentado es un claro aviso a Obama, que no debe perder de vista la parte más cerril de la sociedad americana. Y lo lo más triste es que este ambiente de violencia se proyecta al resto del mundo.

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Las redes sociales

awrDibujo.JPGNo niego que la Sociedad de la Información es un avance tremendo, que pueden leerse periódicos de Melbourne al segundo en el ordenador de tu casa o en tu móvil, y que la capacidad de comunicación tecnológica hoy es casi de ciencia-ficción. Sin embargo, tantas posibilidades están llevando a nuestra sociedad a que cada individuo se aísle en su madriguera, sentado delante de una pantalla y ajeno a lo que ocurre en su entorno inmediato. Las redes sociales pueden ser un buen mecanismo de comunicación, pero resulta que hay gente que tiene «amigos» virtuales que viven en Oviedo, en Valparaíso o en Nueva Orleans y no se habla con el vecino de al lado cuando se lo encuentra en el ascensor. Me decía hace unos días un cartero con muchos años de servicio que antes llegaba a un barrio, y cuando una dirección no estaba clara preguntaba a cualquiera dónde era la casa de fulano, y todo el mundo se lo indicaba, e incluso le daban detalles sobre la mejor hora para entregarle una carta certificada. Ahora es imposible, pregunta por una persona desde el portero automático y nadie lo conoce, aunque vive en el mismo edificio. Me incluyeron en Facebook hace un par de años, tengo casi 500 amigos y cuando entro me pierdo en un bosque de saludos que luego tienen poca incidencia en la vida cotidiana, porque los que siguen funcionando son los amigos de siempre, esos con los que te ves o hablas con ellos por teléfono. Y es que una cosa es la capacidad tecnológica de comunicación y otra muy distinta la comunicación real. De todas formas, hay que estar ahí, porque es un canal que no podemos despreciar.