Solemos usar citas célebres para vestir un discurso o un texto, o simplemente para dar más autoridad a lo que decimos en una conversación. Pero hay que tener mucho cuidado porque puede suceder alguna de estas cosas:
Que la autoría de la frase sea correcta pero que no sea exacta, y se redondea para que suene mejor, y no me salgo del asunto porque a veces las uso; una de ellas es la de «Sólo os prometo sangre, sudor y lágrimas» dicha por Churchill, que en realidad la dijo, pero más larga y menos contundente.
Que sea una frase que nunca existió pero circula por ahí, como el famoso «Sancho, ladran, luego cabalgamos», y que no está en ninguna parte de El Quijote. Hay hasta esculturas quijotescas con perro, que tampoco aparece en el libro.
Que quien la usa en realidad se la invente y la atribuya a una celebridad para que tenga más peso, o simplemente se queda con el personal. Este caso abunda cuando se cita a un filósofo polaco, a un poeta chino o a un Gran Jefe indio que nunca dijeron tal cosa o incluso que ni siquiera existieron ellos mismos y son otro invento del citador.
Tampién sucede que hay frases muy conocidas que nadie sabe muy bien quién las dijo o escribió y se las encasquetan casi siempre a Shakespeare si son profundas y a Oscar Wilde si son ingeniosas. En eso Wilde se lleva la palma, porque, si nos atenemos a lo que dicen que dijo, se pasó el pobre hombre todo el día inventando frases brillantes.
Y finalmente están las frases que se atribuyen a muchas personas, siempre con seguridad. Una de ellas es la de «Hay gente pa’ tó», que se la adosan a tres toreros en distintas épocas, a Chicuelo, a Lagartijo y a Juan Belmonte. Otras son las dos más famosas referidas al genio y las musas: «Las musas, si vienen, es mejor que te cojan trabajando» y «El arte es un 1% inspiración y 99% transpiración». Ambas frases con sus distintas variantes se las he visto atribuidas a Beethoven, Rilke, Bernard Shaw, Picasso, Lorca y, por supuesto, a Shakespeare y a Oscar Wilde, el campeón.
Si hablamos de frases cinematográficas es que no acabamos, porque ya me gustaría saber en qué películas alguien dice textualmente «Nena, ve a empolvarte la nariz», «Yo que tú no lo haría, forastero», «No has debido cruzar el Mississipi, Joe» o «Nos veremos en el infierno».
Y ni leyéndolo en una obra de alguien de otra lengua podemos estar seguros, porque las traducciones deforman y en boca del pueblo cambian el significado. El caso más claro es la frase evangélica «Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja que…» y pensamos en un camello-camello. Pero resulta que no, que camello es una traducción errónea de San Jerónimo, que vio en la palabra griega «kamelos» a un camello, cuando es en realidad una soga o cabo para atar los barcos a los muelles, dífícil para enhebrar en una aguja, todo sea dicho.
Y es que, sobre todo el cine, es muy engañoso, porque a veces por conversaciones tenemos imágenes que nunca existieron, como en la película Doce hombres sin piedad, que transcurre en su totalidad en una sala cerrada donde se reúne un jurado; no hay imágenes del crimen que se juzga, pero son muchos los que afirman haber visto la sombra del acusado a través de las ventanillas de un tren, que tampoco sale en la película.