En este día de otoño
Al amanecer este 10 de octubre, típico día de otoño, me encuentro con la noticia de la muerte de Adán Martín, no por esperada menos triste. Tuve ocasión de tratarlo y en estos últimos diez años siempre me impresionó su fuerza psíquica para luchar contra una enfermedad que nos pone fecha de caducidad. Tenía una expresión alegre y quien hablaba con él no podía pensar si no lo sabía que estaba en medio de una lucha terrible. Fue Presidente del Gobierno de Canarias y muchas cosas más, tuvo actuaciones políticas que serán o no del gusto de unos o de otros, pero como ser humano fue un ejemplo de temple y de esperanza. Doy el pésame a su familia y destaco su capacidad de lucha hasta el último instante.
Descanse en paz.
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TOMÁS MORALES
Hablo hoy del poeta Tomás Morales porque nació un 10 de octubre de 1884. Poco nuevo que decir del gran poeta modernista, que nació en Moya e hizo de Agaete su segunda cuna. Hay mucha mitología alrededor de sus reuniones con Alonso Quesada, Saulo Torón y Domingo Rivero en el Huerto de las Flores, porque como dice un amigo a lo mejor es que fueron un día por allí y les sacaron una foto. Pero la literatura tiene mucho de mitología, aunque yo convoco a los amantes de la lectura a que se acerquen hoy a la poesía sonora, simétrica y potente de nuestro paisano.
Y es que nos sucede muchas veces que el nombre de nuestros ilustres antepasados se vuelve de uso diario, y así sucede con el poeta, porque hay una calle muy conocida que es el Paseo de Tomás Morales, que casi da nombre a todo un distrito de la ciudad («Vivo por Tomás Morales), donde, además, hay un busto de poeta y un centro educativo con su nombre. Transito casa día esa calle y a menudo me pregunto cuántas de las personas que la conocen, que pasean por ella o que incluso viven en una de sus casas han leído alguno de sus versos. Tal vez sea hoy un buen día para acercarse a su obra y por ello termino con uno de sus bellos sonetos:
con sus faroles rojos en la noche calina
y el disco de la luna bajo el azul romántico
rielando en la movible serenidad marina.
Silencio en los muelles en la paz bochornosa,
lento compás de remos, en el confín perdido
y el leve chapoteo del agua verdinosa
lamiendo los sillares del malecón dormido.
Fingen en la penumbra fosfóricos trenzados
las mortecinas luces de los barcos anclados
mirando entre las ondas muertes de la bahía.
Y de pronto, rasgando la calma, sosegado,
un cantar marinero, monótono y cansado,
vierte en la noche el dejo de su melancolía.