Con el otoño llegan las novedades editoriales, que este año se anuncian jugosas porque hay varias vacas sagradas que sacan libro, y la mayor parte de los que se anuncian son unos volúmenes de muchas páginas. Digo yo que esa moda de escribir tochos tendrá que ver con la idea de venderlos luego al mercado americano, porque cada día está más difusa la línea entre literatura y bet-seller, entendido este anglicismo como sinónimo de lectura (no literatura) de masas y por lo tanto de grandes dividendos.
Es verdad que con la llegada de Internet, la gente se ha acostumbrado a leer más, lo que pasa es que leen en las pantallas, y aprovechando esa circunstancia tratan de imponer el libro digital, pero la cosa va muy lenta, porque todavía el porcentaje de libros que circulan es bajísimo, y casi siempre títulos conocidos y que, además, existen en soporte papel. Así que, de momento, la literatura se reparte mayoritariamente en libros de toda la vida, pero en los últimos tiempos ya digo que hay cierta confusión.
Aparte de los libros cercanos al esoterismo, con la Sábana Santa, el Santo Grial o las leyendas varias de toda Europa (druidas, celtas, germanos o escandinavos), la media docena larga de Caballos de Troya, que son una insinuación permanente de la conjunción entre lo alienígena y lo esotérico, y el inagotable misterio del Egipto faraónico, con sus momias revividas, sus maldiciones y sus pirámides, hay otra línea que se quiere asimilar a la novela histórica, y como tal se venden muchas que no lo son. El modelo es Los pilares de la tierra, la magnífica obra del Ken Follett alrededor de las construcciones de las catedrales y el oscurantismo de los maestros de obra que son el antecedente de la francmasonería. Y Follett creaba una ficción para contar la realidad -su realidad, como todo novelista-, de manera que, acabada la lectura el lector tiene una idea muy bien dibujada del tipo de vida de la Edad Media en que transcurre el relato.
Visto el éxito, mantenido en el tiempo y remachado con el bolichazo de El Código Da Vinci, las editoriales se han echado al monte, y nos tienen muy nutridos de este tipo de libros. Novelistas medianos, periodistas con nombre y sin estilo y aprovechados que provienen casi siempre del campo de la Historia, nos cuentan relatos que no sabemos si son ficciones noveladas para explicar una realidad (que es lo que debe ser una novela histórica) o grandes reportajes en los que muchos presumen de aportar datos hasta ahora inéditos sobre un rey, una batalla o un momento histórico concreto, y otros argumentan que su relato está basado en la realidad y que todos sus personajes corresponden a personas que en verdad existieron. Entonces me pregunto si estamos ante una novela, ante una tesis doctoral o leyendo un repaso de un libro de historia.
El novelista que hace novela histórica ha de tomar el momento, el personaje o el hecho de las fuentes históricas, pero si no fabula no hay novela. Y es fabulando cómo se explica un mundo que se ha tenido que recrear. No basta con poseer todos los datos, hay que crear un espacio, unos personajes que respiren y un mundo verosímil. Eso es ser novelista, lo otro es como un atestado de la Guardia Civil. Algunas de estas novelas parecen más grandes reportajes de los dominicales, en los que se cuentan muchas cosas, seguramente todas ciertas, pero donde no hay vida, porque quien escribe es buen periodista, buen investigador, pero Dios no lo ha llamado por el camino de la novela. Carece del don de la fábula.
A nadie se le ocurre pensar que en el mundo del emperador Adriano las cosas ocurrieran exactamente como cuenta Marguerite Yourcenar en su extaordinaria novela. Tampoco creo que la destrucción de Cartago fuese con todo detalle como la cuenta Flaubert en Salambó, ni que la Roma de Claudio fuese el espejo justo de lo contado por Rober Graves en Yo, Claudio. Tampoco la invasión napoleónica a Rusia hilo por pabilo como la cuenta Tolstoi en Guerra y paz, y así pondríamos muchos ejemplos de novelas y novelistas que han bebido en la historia, que son maestros del género histórico, pero que son ante todo novelistas, empezando por nuestro inconmensurable paisano Benito Pérez Galdós, que nos contó el siglo XIX desde el talento y la ficción, no sólo en sus Episodios Nacionales, también en sus llamadas novelas contemporáneas.
Y me echo a temblar cuando amenazan con centenares de páginas sobre momentos de la Guerra Civil española, porque ya no sé si esta fabulación responde a criterios literarios o forma parte de la leña que media España le da a la otra media. Y esto viene ocurriendo en las últimas novelas sobre el tema, con algunas excepciones como la obra de Cercas Soldados de Salamina. Decía Truman Capote que gran parte de lo escrito en esas novelas gordísimas que consumen los americanos es mecanografía, no literatura. Puede ocurrir ahora algo parecido, pero como ya las máquinas de escribir han sido sustituidas por los ordenadores, podríamos decir que buena parte de eso que se vende como novela es simplemente un ejercicio mecanográfico hecho en un procesador de texto de Microsoft en su mayor parte, aunque los más avanzados utilizarán uno de Aple y los iconoclastas el de Linux. Es decir, mecanografía. Espero, no obstante, que detrás de alguna de estas novelas se nos revele alguien con el don de novelista, porque relatores de nombres, fechas y ciudades ya tenemos en los folletos de las agencias de viajes.
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(Este trabajo fue publicado en el suplemento cultural Pleamar de la edición impresa del Canarias7 el pasado miércoles).
Un comentario en “¿Otoño literario?”
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«Espero, no obstante, que detrás de alguna de estas novelas se nos revele alguien con el don de novelista, porque relatores de nombres, fechas y ciudades ya tenemos en los folletos de las agencias de viajes. «Yo pienso lo mismo, porque hay un auge de la llamada «Novela Histórica» que no sé si es bueno o malo, porque se fabula, no es un libro de Historia, es una novela sobre algún hombre o mujer que haciendo alusión a un momento histórico nos la recuenta. A mi me sedijo Adriano, quizás diría que la más, pero tb está Soldados de Salamina, recuerdo mirar de forma extraña a ese Kent Follet y los Pilares de la Tierra y decidí comprarlo, ya que se hablaba tanto de él. Fui y pregunté por el libro «Lo que sostiene a la Tierra» la chica que me atendió supo enseguida lo que quería porque hay libros y veces a los que no sé por qué les cambio el título.
Y leyendo leyendo voy esperando ese ,que siempre hay uno, que me atrape con su lectura.