El miedo
Atahualpa Yupanqui, inolvidable payador argentino, dice en uno de sus recitados: «Ha de saber el mortal,/ con ocasión de un enriedo, /no tenerle miedo al miedo, /para más miedo le va a dar». Y ese es el mundo en que vivimos, porque se explota el miedo por todas partes: que va a venir una terrible ola de calor, que no se sabe cuál va ser el futuro de las pensiones, que se acerca una tormenta espantosa, que hay por ahí un virus que no sé qué… Los telediarios abren con noticias que acojonan, sean de tráfico, de guerras o de asesinatos; es como si se pretendiera tener atemorizada a la gente. Antes, cuando la religión tenía una gran incidencia en nuestra forma de vida, nos amenzaban con la condenación eterna. Recuerdo a un sacerdote de más de un metro noventa, delgado y huesudo, que acudía al colegio en el yo trabajaba. Se metía en las clases de los niños pequeños, y le gritaba : «¡Los pecadores irán todos al infierno!» Los niños temblaban al ver a aquel gigante vestido de negro que se les venía encima anunciando a gritos el castigo. Como entonces yo tenía responsabilidades directivas, le impedí que visitase las clases de los párvulos, y me amenazó con la excomunión. Todavía el Vaticano no me ha enviado el papel.
Ahora es como si nos anunciaran cosas terribles a modo de plagas bíblicas. Con esto de la crisis, el miedo es un factor determinante, y lo usan, siempre a favor de algún propósito, pues no dicen que tal o cual coeficiente ha subido o ha bajado dos décimas, y como en general desconocemos cómo va a incidir en nuestra vida diaria, nuestro inconsciente responde con el miedo. Y sobre todo, lo que más miedo me da es que sospecho que nunca me dicen la verdad. Somos como peluches en manos de un niño caprichoso, y el arma que usan para controlarnos, como antaño los curas, es el miedo.