En la muerte de un escritor
Nota inicial aparte: Si no comento lo sucedido con los activistas canarios en El Aaiún es porque la noticia se comenta sola. El juego de siempre de Marruecos, entreguismo del Gobierno de Madrid, silencio incapaz del Gobierno de Canarias. Resumiendo: un atropello a los Derechos Humanos y a la Libertad de Expresión. Deplorable.
En medio del agobio canicular de final de agosto me llega como una pedrada la noticia de la muerte del escritor Ernesto Delgado Baudet. Ernesto era lo que se suele decir en tono machadiano «un hombre bueno», riguroso en sus creaciones y sus valoraciones y un oráculo a la fuerza, porque siempre sabíamos que Ernesto iba a poner por delante los valores literarios. Esta seriedad como crítico fue para mí un apoyo fundamental cuando trabajamos juntos en un rescate literario que se frustró (o nos frustraron). Era también un autor lúcido, que por su enorme respeto a la literatura sólo publicaba aquello que pasaba su filtro, que era muy estrecho. Ha pasado por nuestra literatura tratando de no hacer ruido, y ha dejado huella literaria, aparte del llanto desconsolado que no se explica que se haya ido «tan temprano», como diría Miguel Hernández.
En el libro colectivo Madrid en los poetas canarios, publicó este hermoso poema, que define su gran sensibilidad con la literatura y con la gente:
Yo vi la tristeza cabalgar por los túneles.
Hombres de patris dispersa y cabeza gacha,
con almas como juguetes de niño, como relojes rotos
vueltos hacia la luz en el silencio infinito.
Los vi en Argüelles, Atocha, Metropolitano, Mar de Cristal,
encorvados por el látigo, porfiando el pan en los mercados.
Les habían robado la risa con la promesa de un sueño y
silenciosos, aplomados y hundidos se miraban ahítos.
Sí, yo vi la mentira de la opulencia…»
Quienes hacen una labor seria quedan, Ernesto Delgado Baudet quedará.
Y ahí entramos en el filo de la navaja, porque supongo que todos los nacionalismos se basan en una teoría sobre la opresión que sufre una determinada colectividad, sea real o prefabricada por quienes quieren sacar partido, pero en esto, como en casi todo lo que roza la política, no existe una fórmula matemática para determinar qué es ideología nacionalista y qué no, cómo se puede establecer un grado de opresión y otros detalles que se vuelven banderas; porque está muy claro que el Imperio Británico oprimía a La India, que la Bélgica de Leopoldo II tiranizaba toda la cuenca del río Congo, pero otros nacionalismos tal vez no puedan presentar una tiranía de trazo grueso que los justifique. Vargas Llosa se ha metido en un jardín en el que se desenvuelve muy bien con su brillante discurso, pero yo no sé dónde empieza la sustancia y dónde termina el malabarismo.