El Estatuto catalán
Habemus sentencia del Tribunal Constitucional, y a los partidos políticos les ha venido al pelo. Como las elecciones catalanas van a ser en otoño, las variaciones impuestas por el TC serán el argumento básico de la campaña, unos defendiéndolas, otros rechazándolas, siempre calculando cuántos votos entran en la bolsa.
Como aquel que dormía en medio de dos, ni tiro ni encojo ni la manta es mía, pero sí diré que todo esto de las autonomías, las competencias y la atomización del Estado me cansa, porque estamos en un tiempo en que necesitamos ser fuertes y las divisiones nos debilitan. Yo no sé qué idea del Estado tienen Durán i Lleida, Rajoy, Montilla, Patxi López, Urkullu y Zapatero, pero yo entiendo que, entre la definición franquista de que España es una unidad de destino en lo universal y un país de reinos de Taifas hay un punto medio, que es el que vertebra un Estado, que hace grandes a naciones federales como Alemania o Estados Unidos, y que en España nos empeñamos en dinamitar de un lado y de otro con la tendencia ibérica de apostar a todo o nada.
Y anuncio que, aunque ahora yo mismo esté escribiendo sobre ello, en el futuro inmediato voy a ser la persona más desinformada sobre el asunto, porque cada vez que oiga o vea la palabra Estatuto voy a cambiar de canal o a pasar la hoja del periódico. No me interesa, no porque no me importe la política, sino porque a los políticos implicados lo que les mueve es el electoralismo y no el interés general. Y ya estoy harto de que el 80% de la información y el debate nacional se refiera al 25% del Estado, que es lo que suman por población Euskadi y Cataluña, porque España es su gente, por encima de territorios, caprichitos y argumentarios partidistas.