Aunque para algunas cosas los ingleses no acaban de caerme bien, no es la primera vez que proclamo mi admiración por su exquisito ejercicio de la democracia parlamentaria. No hace una semana que fueron las elecciones, hubo unas negociaciones en distintos sentidos y anoche Cameron durmió en el número 10 de Downing Street. Sin tantas vainas ni especulaciones, que en España llegan a durar dos meses. Y eso es porque ninguno de los partidos alcanzó mayoría absoluta, porque cuando es así el cambio se produce en veinticuatro horas. Aunque Brown se hizo el remolón, al final tuvo que marcharse porque en un país con una democracia tan experimentada a nadie le entra en la cabeza que no gobierne quien ha ganado las elecciones, con mayoría, con apoyos o en minoría. Otra cosa es que el ejercicio de ese mandato sea un desastre y haya que hacer una moción de censura, pero a eso tampoco casi nunca se llega y en circunstancias especiales, sobre todo cuando el partido en el poder gobierna con mayoría absoluta, se cambia de líder sobre la marcha, como ocurrió en 1940 cuando Churchill sustituyó a Chamberlain. En todo caso, cuando hay un gobierno débil y una mala política, la costumbre es convocar elecciones generales, y lo normal es que de ella salga un gobierno fuerte, porque los ingleses saben mucho de democracia. Tanto saben, que en 1945, cuando acabó la guerra y a pesar de considerar que Churchill había sabido manejarla magistralmente para la victoria, perdió las elecciones. Los ingleses percibieron que un gigante para la guerra no era el hombre indicado para la reconstrucción y la paz. Luego, en 1951, cuando se hizo visible el pulso de «La guerra Fría», volvieron a elegirlo porque necesitaban un pulso firme por si había que enfrentarse al bloque soviético. ¡Cuánto tenemos que aprender de los ingleses!
Un comentario en “¡Cuánto tenemos que aprender de los ingleses!”
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Al hilo del post, se me ocurre recordar que los ingleses son los inventores del mitin en su más puro estilo: Quien quiere se lleva un taburete a un parque, se sube a él y empieza a soltar su discurso, del tipo que sea. Y la gente le hace caso o no. Eso es democracia. Al final, el individuo sale satisfecho o defraudado, depende de la respuesta obtenida. Y por eso, para Dumi, con aprecio:
¿Qué clase de berrinche es el que tienes ahora porque unos cuantos digan su opinión, por impertinente o inoportuna que sea? ¡Que digan lo que quieran! ¿Acaso yo voy a leer a Juan Cruz para saber qué pueden comentar otros sobre el sistema político español? No. Yo leo a Juan Cruz si habla de literatura, y si alguno arma una trifulca, se va a quedar solito con opiniones que no me interesan. Incluso si me ataca. ¡Que les den por donde les guste!
Y dicho esto, digo que a mí me gusta Pérez-Reverte, aunque a veces llegue a la pedantería detallando lo bien que se ha estudiado el mundo que narra en sus novelas. Pero es un tipo directo, claro, bien formado y mejor informado, muy distinto de la jarca de mediocres que hoy son y mañana ni se acuerda nadie de ellos. Aunque en Canarias haya pelusilla contra tanta campaña que margina lo de aquí, y tengan razón. Pero meter a todos en la talega es injusto. Deja allí a los Zafones y Brawnes, pero saca a Arturo.
El hecho de que Juan Cruz (que no anda por los lares de Pérez-Reverte, precisamente) haya mostrado una foto como esa y la haya aplaudido, además de publicar admiración por un escritor como ése, es algo que me satisface. Que me deja la sensación de que algo sigue yendo bien en la literatura. A pesar de los Lénines de boquilla.
Por eso, vuelve a escribir, Dumi. Porfa.