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La galas, el glamour y la ropa de los chinos

Esto de las galas se ha convertido en habitual, sobre todo en el mundo del cine, el teatro y de la música pop, porque no recuerdo galas de artistas plásticos o escritores, ya que no pueden considerarse tales las cenas en las que se dan a conocer los premios más sonoros de nuestra lengua. Cuando se da el Premio Nacional de Literatura, se publica y luego se entrega en un acto casi académico, sin más fanfarria que la presencia de premiados y premiadores.
Es evidente que el cine, el teatro y la música son espectáculo, y quienes están en ese mundo forman parte de él. Las alfombras rojas son un componente esencial de festivales, entregas de premios y galas de MTV, 40 principales, Premios Max y docenas de festines alrededor de lo mismo. Creo que hay demasiados premios en el mundo del espectáculo, pero ya que lo hacen, deberían hacerlo bien, porque junto a las damas vestidas con más o menos fortuna pero con voluntad de estilo y a los caballeros que acuden como es debido, se presentan otros y otras que parecen haber comprado la ropa en un rastrillo, o simplemente se visten como si fueran al fútbol.
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(Muestario de atuendos -línea «barbacoa»- en la inauguración del Festival, en fotos de Arcadio Suárez. Sólo muestro caballeros porque exponer a las señoras sería caer en lo que critico)

Esto sucede en España, donde se practica el antiglamour, y esos y esas que acuden al Festival de Cine de Las Palmas de Gran Canaria con aspecto de pordioseros, que parece que se han comprado el vestuario en los chinos, cuando alguna vez tienen que pasearse por las alfombras rojas de La Berlinale, Cannes, Venecia o Hollywood, van a todo trapo, ellas con modelos de grandes modistos y pintadas como puertas y ellos bien afeitados y con esmoquin de Armani. Yo creo que el público de aquí merece un poco más de respeto. Alguno, incluso debería limpiarse los zapatos, asunto elemental donde los haya.

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El conservadurismo de la RAE y del diccionario

Tenemos la costumbre -yo el primero- de acudir al diccionario de la Real Academia Española (RAE) para apuntalar con sus definiciones un argumento que intentamos sostener. Eso está bien casi siempre, pero hay que advertir que también hay celadas escondidas en cualquier recoveco del diccionario, sobre todo cuando se trata de asuntos de moral social.
aAcademia[1].jpgSobre el conservadurismo de la RAE ha escrito mucho el poeta José Infante (Málaga 1946), y convendría recordar, por ejemplo, que en el Diccionario esencial de 2006 se sigue relacionando la palabra bisexual con hermafrodita, y que, para entonces ya aprobado el matrimonio entre personas del mismo sexo, el diccionario mantiene a rajatabla que el matrimonio es la unión del hombre y la mujer. Y es que se trata de una institución muy conservadora, donde, por ejemplo, hay muy pocas mujeres; se suele decir que la primera fue Carmen Conde en 1978, pero en realidad es la segunda, porque a finales del siglo XVIII, al calor urgente y pasajero de la Revolución Francesa, hubo una mujer académica, doña María Isidra de Guzmán y de la Cerda, y luego dos siglos sin una sola mujer en la Academia.
También ha sido la RAE muy homófoba, y por designio los homosexuales que se han sentado a su mesa han sido muy discretos. Pero los hubo y los hay: Benavente, Aleixandre, Brines, Bousoño, Nieva, Pombo o la mentada Carmen Conde. Y había dos varas de medir, pues Dámaso Alonso, director durante décadas de la RAE, era abiertamente homófobo, y sin embargo fue desde joven probablemente el mejor amigo de Aleixandre (los míos sí, los demás no). Y no entiendo por qué no dan un puñetazo sobre la mesa académicos supuestamente abiertos y contemporáneos, como Pombo, Marías, Pérez-Reverte, Nieva, Goytisolo (Luis), Merino, Vargas Llosa, Sampedro, Lledó, Mateo Díez o Muñoz Molina, permitiendo que la vieja guardia siga dictando el ritmo -lento y divorciado del mundo- de una institución tan prestigiosa.

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Miedo a imponer las leyes democráticas

Cada día que pasa es como si esta sociedad caminase hacia un abismo, y nadie mueve un dedo para impedirlo. Y al decir nadie me refiero a quienes tienen la responsabilidad, la capacidad, los medios y el poder para hacer algo. Pero no lo hacen. Ayer mismo se produjeron en Canarias dos sucesos que le han costado la vida a dos mujeres. Uno está por aclarar, pero el otro es claramente un crimen de violencia machista. Otro más.
aDSCN3000.JPGLa declaración Universal de los Derechos Humanos recoge la libertad de expresión en su artículo 19, y en España se ratifica en el artículo 20 de la Constitución de 1978. Y se habla de ideas, creación artística y opinión, pero no todo es Jauja, y en ese artículo, en el apartado 4, dice textualmente: «Estas libertades tienen su límite en el respeto a los derechos reconocidos en este Título, en los preceptos de las Leyes que lo desarrollan y, especialmente, en el derecho al honor, a la intimidad, a la propia imagen y a la protección de la juventud y de la infancia».
Cuando hay programas de televisión que «educan» en la violencia y el insulto, o que difaman a la buena de Dios, es la propia Constitución la que dice que no es así, y detener ese vivero de desorden social no es ir contra la libertad de expresión, es protegerla. No sé para qué sirve una Ley de Igualdad si no se pone coto a programas que exacerban el machismo, como ese en el que un guaperas escoge entre 15 mujeres como si estuviera en un lupanar. Hay miedo a que acusen a quien se oponga de usar la censura, pero es que hay un código, como el de circulación, y no por imponer una sanción a quien que se salte un semáforo se está yendo contra la libertad individual. No es poner mano dura, como piden los extremistas reaccionarios, no hay que hacer ninguna ley nueva, se trata simplemente de hacer cumplir las leyes democráticas que ya existen en beneficio del interés general. Esa es la base de un Estado de Derecho.