Lo que rodea al fútbol es tan volátil, que un milímetro en la dirección de un remate a puerta puede cambiar la percepción de todo. El Real Madrid estuvo toda la semana dando la sensación de ser una apisonadora, después de haberle remontado dos goles al Sevilla y haber tomado la cabeza de la liga. En la mente de los aficionados, el Barcelona aparecía cansado, herido y condenado a perder la preponderancia ganada el año anterior.
Llega el Olympique de Lyon y deja al Real Madrid fuera de Europa, y dicho así parece tremendo, que es la losa que están sufriendo ahora los seguidores del equipo blanco. Ahora parece que ya ni siquiera hay fuerza para seguir delante del Barça. Pero fíjense qué caprichoso es el fútbol: cuando el Madrid ganaba 1-0, Higuaín tiró a puerta vacía, y el balón, encaprichado por el aire, por ese milímetro de giro angular de la bota del argentino o por el destino, se fue al poste. Habiendo hecho lo mismo, el gol pudo haber entrado, y ya nada sería lo mismo. Pero no entró, y de nada valen los 96 millones de Cristiano Ronaldo, porque cuando se plantean así las cosas, no ser campeones es un fracaso.
Esa es la gran tragedia del Madrid y del Barça, y el fútbol es así de caprichoso. De manera que tomemos nota con el Mundial, porque si bien España juega de lujo y es hoy la mejor del mundo, la pelotita tendrá que entrar, y ojalá entre para que al menos tengamos una alegría, porque, no lo olvidemos, antes que nada el fútbol es un juego, sólo un juego. Como la vida, y lo que le ha pasado al Madrid es una metáfora de nuestra existencia, cuando hacemos castillos en el aire y se desmoronan en segundos, porque la vida está llena de postes, de ráfagas de aire y de errores milimétricos, como el de Higuaín.
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