Medir los tiempos
Dice el adagio popular que la gata que pare aprisa pare los gatos ciego; y es verdad que a veces las cosas hechas a la charamanduzca tienen suerte y es posible que queden bien, aunque las decisiones poco meditadas son una lotería, pues lo mismo funcionan perfectamente que estallan como aguavivas.
Hasta aquí de acuerdo, porque reflexionar y valorar antes de actuar es lo mínimo que se exige sobre todo cuando las decisiones afectan a mucha gente, y es evidente que estoy hablando de las actuaciones políticas. Pero una cosa es no tomar decisiones apresuradas y otra muy distinta dilatarlas en el tiempo, puesto que una medida adecuada puede no serlo si no se miden bien los tiempos. Pero es que yo percibo que se pasan midiendo y siempre llegan tarde, si es que llegan, con lo cual se pierde toda la afectividad.
Aparte de ver cada día cómo los políticos se esmeran en aplicarse en su lucha por el poder, no veo que tengan agilidad para maniobrar en los asuntos de interés general y se toman decisiones y medidas en función de su posible rentabilidad en votos. En la actual crisis miramos hacia nuestros dirigentes y no percibimos esa entrega por encima de los intereses personales y partidarios. Todo se hace en función de la imagen y es como si gobernasen las agencias de encuestas y los gabinetes de prensa en función de las expectativas electorales. Es como cuando, avanzado el segundo tiempo, nuestro equipo va perdiendo y esperamos que el entrenador cambie de estrategia o sustituya a los que tienen una mala tarde, pero pasan los minutos y cuando se hacen las sustituciones esperadas el árbitro se dispone a pitar el final del partido. Y ahora mismo vamos perdiendo, a los entrenadores los veo espesos y tampoco es que haya un banquillo que ilusione.