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La primavera y los libros

Los libros van llegando a mi escritorio, unas veces gota a gota, otras en cascada, y siempre suponen una alegría, una curiosidad, como una carta cerrada que abrimos con expectación por ver qué nuevas nos traen. Los libros tienen vida propia, y a menudo se imponen al lector o se hurtan a nuestra mirada caprichosamente. Cuando conocemos al autor, el libro tiene el añadido de saber en qué anda su creador, y a veces hay más de un creador en un libro, porque hay ediciones que son objetualmente bellas. Si el contenido literario es estimable, doble alegría.
Como acaba de entrar la primavera, y esta suele relacionarse con la poesía, yo relaciono a su vez la palabra poesía con todo lo que está bien escrito, de forma creativa y sólida, y en este caso esos libros que ocupan mi espacio me traen noticias de viejos y nuevos amigos, y de tiempos futuros sugeridos y de pasado que no debemos olvidar.
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Gas Editions es una editora cuidadosa, que se mueve entre la literatura y las artes visuales, pues cada una de sus presentaciones es una apuesta estética. Conocíamos muchas internadas de esta editora en el campo literario, siempre como apoyo de las artes plásticas, pero esta vez ocurre al revés, puesto que es la poesía la que lleva el timón de un libro realmente hermoso. Me refiero al poemario de Macarena Nieves Cáceres que lleva el título de Lo que la tierra alberga, con ilustraciones de José Luis Luzardo, una edición muy cuidada que entra en el territorio de los caprichos bibliófilos.
No se queda ahí, puesto que la poeta serpentea entre lo cotidiano para adentrarse en lo esencial. Porque como dicen los versos de esta obra «Aprendimos a caminar / con piedrecitas / en los bolsillos». La forma en que Macarena construye su discurso poético va de lo evidente a lo ignoto casi de manera imperceptible, y plantea tremendas preguntas sin que lo parezca. Cuando dice «Hoy dejé de amarte / a las cinco menos / cuarto de la tarde», nos conduce a lo intangible que son los fundamentos por los que se produce el amor y el desamor. Será porque la poesía trata de explicar lo inexplicable, y en la voz de la poeta «Todo lo que no es temblor / es tiempo vencido».
Tengo también entre manos dos libros de relatos de José Manuel Brito, que se titulan La niña del malabarista y Trayectos. Brito es un autor silencioso y discreto, que ha ido construyendo una obra narrativa muy solvente. Se ha internado en la novela, pero su fuerte -al menos en su ya larga lista de publicaciones- es sin duda la distancia corta, y forma parte de ese renacer del cuento que hoy tiene magníficos cultivadores, como el propio Brito, Alexis Ravelo, Angeles Jurado o la recordada Dolores Campos-Herrero. Brito es un escritor que practica la idea de Ulises «no hay por qué llegar primero, lo importante es llegar», que suele esgrimir el poeta Pedro Flores, autor también de un magnífico libro de relatos. La trayectoria de José Manuel Brito es como la de algunos de nuestro mejores poetas y narradores, sin algaradas pero insoslayable, y ejemplos parecidos tenemos en nombres como Antolín Dávila o Luis Junco, cuyos libros van construyendo un edificio sólido ladrillo a ladrillo.
Por último quiero reseñar la reedición de la biografía del doctor Domingo Déniz Grek, un libro que don José Miguel Alzola dio a la estampa en 1960 y que ahora se reedita lujosamente y con un diseño impecable con un apéndice gráfico muy interesante. Don Domingo Déniz fue un ilustre médico de esta ciudad, que vivió entre 1808 y 1877, que se distinguió casi como un héroe en la epidemia de cólera que hubo en esta isla a mitad del siglo XIX. Pero este libro no es sólo una biografía, es la foto fija de la ciudad de entonces, con la prosa limpia de gran escritor que tiene Alzola, al que aprovecho para felicitar en sus primorosos 96 años cerrados el 24 de marzo. La obra de este autor es también silenciosa, gota a gota como el agua de una pila de destilar; ha ido indagando, descubriendo y levantando acta de nuestra historia en distintas vertientes, pues se ocupa de los grandes hechos y de los pequeños detalles, del arte religioso o de los patricios que cimentaron esta sociedad y que para la mayoría son sólo el nombre de una calle.
El doctor Domingo Déniz fue uno de estos hombres, que incluso escribió una historia de Canarias que permanece inédita. Tal vez por la complicidad del apellido, me cae bien este personaje, improbable tío-tatarabuelo mío puesto que nunca se casó, y ya sabemos que entonces sin matrimonio no había apellido. Si estamos en la familia será de forma tangencial.
Y hay otros libros que acaban de llegar a mi escritorio, como la última novela de Víctor Ramírez o la nueva edición de Liverpool, obra referencial del poeta José María Millares, también vivamente lúcido a sus 87 años.
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Este trabajo fue publicado ayer en el suplemento Pleamar de la edición impresa de Canarias7.

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Setenta años y nunca más

Disculpen que hoy esta nota sea más larga de lo habitual, pero es que se cumplen 70 años del final oficial de la Guerra Civil española, y digo oficial porque, a partir de entonces y durante muchos años, siguió habiendo guerra, pero entonces sólo había un bando que mataba y otro que moría. Durante décadas, el 1 de abril fue celebrado por los vencedores como Día de la Victoria contra el gobierno legítimo de la II República, y no entiendo esa palabra cuando quedan atrás un país arrasado y un millón de muertos.
picasso_guernica[1].jpgMucha gente puede pensar que aquella guerra entre compatriotas fue un caso aislado en la Historia de España. Lamentablemente no es así, y enumerar las guerras civiles habidas en este país desde el siglo XV, que es cuando se conforma algo parecido a lo que hoy es España, necesitaría un espacio muy largo. En cada siglo hubo al menos tres, y en algunos más. Si a eso le sumamos otras que hubo contra estados extranjeros, podría decirse que no hubo generación que no luchase en una. Es decir, una guerra cada 20 años de media. Esa es nuestra historia negra.
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Este espíritu guerracivilista es genético, y permanece, lo vemos todos los días, no sólo en el terrorismo de ETA (que algunos llaman la IV guerra Carlista), en cómo tira Cataluña de la cuerda o en las soflamas de algunas emisoras y medios que no nombro para no tener que buscar abogado y procurador. Y la jerarquía eclesiástica siempre en medio (no confundir con los católicos). Tal vez estamos llegando a la madurez y ya somos capaces de no llegar a las armas de forma generalizada, y por ello tenemos que celebrar estos setenta años, porque es el período más largo de nuestra historia en la que no ha habido una guerra civil declarada.
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Guerras sí que ha habido; la hubo en Ifni y también en El Sahara, aunque esta se ocultó y aún se sigue ocultando en parte, pero todavía hay quien está sufriendo las secuelas de aquellos hechos. Y si nos descuidamos, el 23 de febrero de 1981 nos habrían metido en otra, porque el reloj biológico del fratricidio parecía imponer otro enfrentamiento. No es raro por lo tanto que se escuche decir a personas muy mayores que aquí está haciendo falta una guerra. Es la costumbre.
Pero no hace falta ninguna guerra, y para eso tenemos que tratar cada día de arañar un poco más de democracia, la única vacuna contra el guerracivilismo. No la habrá, y hoy podemos decir que mi generación es la primera de la Historia de España que no vivió una guerra civil y la última que sufrió una guerra. Cuando hay problemas, matar gente no los resuelve, es tan evidente que uno no se explica el por qué de tantas guerras. Y todavía hay quien no entiende por qué salimos todos a la calle cuando nos metieron de paquete en la guerra de Irak (Ah, claro es que ya tocaba entrar en una).