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La isla de los dragos: Socotra

s-eden[1].jpgSocotra es una isla del Océano Indico, al sur de Yemen, a cuyo estado pertenece, y está considerada la Galápagos del Indico, por su rareza biológica y porque tiene 800 especies vegetales endémicas. Una de ellas es una especie de drago, del que desde la época de los egipcios y de Alejandro Magno se extraía la savia roja para hacer tintes y para las pinturas, pues en el Renacimiento algunos rojos se conseguían con sangre de drago. Me pregunto si el drago que aparece en el cuadro de El Bosco El Jardín de las Delicias es canario o es en realidad uno de los dragos de Socotra, muy conocida desde la antigüedad.
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El árbol de la izquierda es un drago de Socotra y el de la derecha el muy conocido drago canario de Icod de los Vinos. Comparen. ¿No es la misma especie?

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La nueva primavera de José María Millares

Los hados parecen haberse puesto de acuerdo esta primavera para exaltar a uno de nuestros poetas mayores, José María Millares. Por un lado, se reedita el inexcusable poemario Liverpool, se hace en la Biblioteca Insular una exposición sobre su vida y su obra, comisariada por el poeta Javier Cabrera, se ha programado un acto en el que se homenajeará al poeta a través de sus versos y los de otros poetas canarios, y como remache le es concedido el Premio Canarias de Literatura. No podrá quejarse José María de esta primavera.
Liverpool es uno de los libros referenciales de la poesía canaria del siglo XX. En cualquier circunstancia, sería un buen poemario, pero es que a menudo los libros adquieren otra dimensión por lo que representan. Publicar ese libro en 1949 era una osadía, pues no convencía ni a Tirios ni a Troyanos, porque los conservadores que se juntaron alrededor de los garcilasianos, con García Nieto y compañía, pensaban que aquella poesía carecía de raigambre en el devenir de nuestra literatura, era demasiado rompedora, y los que en el otro extremo ya hacían poesía social lo consideraron «un lujo cultural de los neutrales», que habría dicho entonces Gabriel Celaya. Entonces, o eras clásico o eras social, y Liverpool no se acomodaba a ninguna de las dos cosas. Desde ese punto de vista, fue un libro más valiente literariamente que aquellos en los que los poetas se jugaban la cárcel.
DSCN1785.JPGJosé María Millares es miembro de una fértil zaga. Apellidarse Millares Sall no es cualquier cosa, hijos del poeta y profesor Juan Millares Carló y de Dolores Sall, que era una excelente pianista. Hay una vena irlandesa por parte de madre, pues los Sall llegaron a Las Palmas empujados por la persecución a los católicos cuando le cortaron la cabeza a María Estuardo. Según el propio José María, su antepasado Sall que vino aquí era doctor en Teología y trabajó con el cabildo catedralicio. Y en medio, familiares ilustres, como el historiador Millares Torres o el polígrafo Millares Carló, que delatan un gen talentoso que se manifestó en José María y sus hermanos y hermanas, que destacaron en la música, la pintura o la literatura.
Ha sido un poeta prolífico, aunque seguramente el brillo de Liverpool ciega tanto que a veces no deja ver la larga lista de títulos de su obra poética. Todavía hay muchos manuscritos que esperan su publicación, pero el tiempo no es enemigo de la poesía, y eso lo sabe de sobra José María Millares, que ha visto cómo uno de sus libros más maltratados cuando nació, en 1949, se ha convertido en un texto legendario y fundamental para quienes quieran saber de la poesía canaria y de nuestra lengua en el siglo XX. Me refiero, claro está, a Liverpool, un poemario atrevido en las formas, escrito en versos no rimados, que no son libres, porque, como dice el poeta, un verso libre es un endecasílabo que no rima con el resto del poema.
Liverpool es un libro con nombre de ciudad, pero no es la ciudad lo que allí se plasma, sino el puerto, que puede ser cualquier puerto, porque los puertos de mar tienen todos algo en común, pero llamar Liverpool a un libro en 1949 también tenía otras connotaciones. Para las nuevas generaciones, encontrarse con un texto tan contemporáneo resulta sorprendente, y es que José María Millares, conocedor profundo de las reglas del poema clásico, quiso enganchar con los innovadores de antes de la guerra, los más atrevidos de la ya de por sí atrevida Generación del 27.
José Mª leyendo en su casa1.JPGAlberti y, sobre todo, Poeta en Nueva York, de Lorca, fueron sus espejos, igual que los relampagueantes versos de Residencia en La Tierra, el magistral poemario de Pablo Neruda. El no niega las influencias, al contrario, las reivindica, y eso entonces, en 1949, era una osadía, porque estaba siguiendo la estela de un poeta fusilado, otro en el exilio y un chileno comunista y republicano que dejó honda huella en el Madrid de los años treinta.
Fue en mayo de 1946 cuando el poeta publicó su primer libro de poesía, A los cuatro vientos. Ahora, después de muchos libros publicados, un largo camino como dibujante, músico y editor voluntarista, y con una torre de poemarios inéditos, José María Millares es un clásico en vida de nuestra literatura. Reseñado en diccionarios y antologías casi desde sus comienzos, su larga trayectoria poética se ha visto recompensada con diversos reconocimientos, de los cuales el Premio Canarias es el más reciente, el que más ha tardado, y que es un gran broche a una carrera literaria como la suya.
Porque la aventura comenzó hace muchas décadas, cuando a salto de mata aquella generación que luego se reuniría en Antología Cercada inventaba colecciones y revistas en una ciudad que era entonces un páramo, recién acabada la guerra civil. Así nacieron «Cuadernos de Poesía y crítica», que fue donde publicó A Los cuatro vientos, y más tarde Canto a la tierra. Eran libros cortos, cuadernos de pocas páginas, y se hacía de este modo porque la censura provincial sólo podía censurar menos de 32 páginas. Si se pasaba, tenía que ir a Madrid, y allí lo tachaban todo. Por eso hacían ese tipo de cuadernos. Cuando en 1949 se publicó Liverpool, se hizo de esta manera. De eso hace ya la friolera de sesenta años.
Antes, en Antología cercada, junto Ventura Doreste, Agustín Millares, Pedro Lezcano y el propio José María, entró el poeta gallego Angel Johan, que era mayor que todos ello unos veinte años, pero se reunía en el bar Polo con ellos. Era radiotelegrafista pero fue represaliado y se ganaba la vida dando clases de dibujo. Conviene referenciarlo porque tuvo su papel en aquellos tiempos difíciles.
Y se funda «Planas de Poesía» precisamente para editar Liverpool. Hablar de Planas de Poesía es nombrar la casa natural de José María Millares. Los dibujos los hizo un jovencísimo Manolo Millares, y el de la contraportada se convirtió en el logotipo. No se entiende muy bien esta nueva aventura, cuando ya existían otras colecciones, pero es que Liverpool no entraba en la mentalidad de los otros poetas que llevaban esas colecciones. Cuando salió el libro, se dijo que José María hacía este tipo de versos porque desconocía la preceptiva, y eso no era cierto, porque, como él mismo cuenta «yo estaba cansado de hacer sonetos y no solamente sonetos, porque me había leído con fruición a Góngora, a Carrillo de Sotomayor o al Conde de Villamediana. Para Liverpool me dejé influenciar muchísimo por Whitman y Neruda».
DSCN1366.JPGEl tiempo da y quita razones, y Liverpool es el primer libro de la postguerra que entronca con los innovadores del 27. Es sin duda más avanzado que los poemas que Celaya y Otero harían en la década siguiente, pero también se dijo entonces incluso que Liverpool era una deserción. Y no era así, se trataba de un libro con formas nuevas, pero también tenía su carga social, que engancha con poetas fusilados o comunistas, y le canta a Liverpool, pero lo mismo había podido hablar del Puerto de la Luz, o del de Barcelona. Dice el poeta: «Los puertos son todos iguales. Te encuentras borrachos, marineros, la estiba, las prostitutas, los que se venden por un vaso de sangre, esa miseria es social. Y luego los interiores, el gato que se muere en las axilas, el niño que muere de madrugada».
José María Millares tuvo siempre una vena plástica, y sus dibujos pueblan cuadernos y dedicatorias, y también, cómo no, la música sonaba en su mente mezclada con palabras que componían canciones populares. Dos de ellas, muy conocidas en la parranda, De Belingo y Campanas de Vegueta, fueron grabadas por primera vez por Mary Sánchez y Los Bandama. Luego las grabaron Los Sabandeños, Los Gofiones y otra gente que las ha cantado. Esa es una veta que José María ha mostrado poco, aunque una de sus canciones es nada menos que la música del carilón de la Catedral. Esa música casi oculta salió a la luz en un LP de vinilo en los años setenta, y es hoy casi un objeto de coleccionistas. Porque tampoco están muy lejos la música de la poesía, aunque si hablamos de un poemario como Liverpool habría que encomendarse a músicas muy ajenas a lo popular.
Estamos por lo tanto con José María Millares, un trozo de historia viva de la poesía canaria del siglo XX, autor de uno de los libros fundamentales en el trazado poético de todo un siglo, que yo estimo en media docena. No todos los poetas, ni siquiera los grandes poetas, pueden presumir de algo así.
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Este trabajo fue publicado ayer en el suplemento Pleamar de la edición impresa de Canarias7.

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Cela, los plagios y la prepotencia

No me sorprende que un juzgado de Barcelona haya dictaminado que hubo plagio en la novela con que Camilo José Cela ganó hace diez años el Premio Planeta.
Camilo_Jose_Cela-2[1].jpgLa verdad es que Cela fue siempre un especialista en hacer obras con un gran parecido a otras, pero que el público creyó porque las originales pertenecían a escritores de menor fama o simplemente eran extranjeros poco leídos entonces en España. Sólo dos ejemplos: La Colmena, que es indudablemente una buena novela, parece el espejo de Manhatan Transfer de John Dos Passos, y cuando se marchó a Venezuela a la sombra del dictador Pérez Jiménez, escribió otra, La Catira, que pretende ser otra Doña Bárbara, del autor venezolano Rómulo Gallegos.
Por si esto fuera poco, hay un reciente artículo de Andrés Trapiello (no lo enlazo porque está en un periódico de papel), en el que, además de poner a Cela a chupa de domine por su bravuconería, su machismo y su prepotencia muy ligada al poder franquista, viene a decir que la tan cacareada prosa de Cela es un batiburrillo extraído de Valle-Inclán, Baroja y otros, pero sin la gracia o la fuerza de estos. Ya he escrito en más de una ocasión que, cuando en el futuro se hable de la novela española del siglo XX, estarán en primera línea Valle, Torrente Ballester, Delibes, Goytisolo, Martín Gaite o Semprún, y Cela aparecerá en letra pequeña porque es Premio Nobel, algo así como Echegaray, que nadie lo lee pero que el peso del premio lo mantiene. Eso lo sabía Cela porque tonto no era, y se pasó la vida tratando de fijarse a la inmortalidad con el Nobel y el Cervantes. Pero la obra es otra cosa, y ya se vio en vida, cuando todo el mundo lo conocía y sus libros se vendían poco y se leían menos.