«Me moriré en París con aguacero,/ un día del cual tengo ya el recuerdo». Así comienza uno de los más hermosos poemas del siglo XX, escrito por César Vallejo como una premonición. Y me temo que al final nos moriremos cuando viene marcado en el bote, porque acabaré por creer que cada persona trae impresa su fecha de caducidad. Uno ve gente desahuciada que se recupera y personas sanas que se mueren de pronto, y aunque suene a determinismo, tengo que empezar a creer a mi madre, que solía sentenciar: «Nadie se muere la víspera sino el día».
Hablamos constantemente de los avances en medicina. Es cierto que en muchos aspectos se ha avanzado, y para entenderlo sólo hay que mencionar descubrimientos como las vacunas o los antibióticos. Sin embargo, en determinadas enfermedades seguimos igual que hace cincuenta años. Los investigadores han descubierto diferencias entre unos síndromes y otros, y le han ido dando su nombre, pero en la mayoría de los casos sólo hay diagnóstico, no tratamiento.
De vez en cuando nos llega la noticia de que se ha descubierto el gen que transmite hereditariamente tal o cual enfermedad, o un tratamiento preventivo para evitar que otro mal se desarrolle, pero el caso es que la gente se sigue muriendo de esos males. La medicina preventiva evitaría una parte de esas muertes, y siempre nos hablan del diagnóstico precoz del cáncer, pero luego te cuentan que a menudo una mamografía no es fiable. Es decir, nos moriremos tal y como estaba previsto y de la enfermedad designada el día que nos toque y eso no va a evitarlo ni el médico chino. De todas formas, no hay prisa.
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(El cuadro es la reproducción de una foto de César Vallejo que le hizo en 1929 su amigo Juan Domingo Córdoba en Versalles)
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