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Políticos de raza

Cuando hablamos de políticos de raza recordamos siempre a aquellos que supieron navegar entre la tormenta, liderar a un pueblo contra la adversidad y entrar con letras grandes en las páginas de la historia. Políticos como Chirac, Helmunt Smith o Aznar se quedan en el gris limbo de los funcionarios que timonearon tiempos de bonanza, que en realidad casi no necesitaban timonel.
cuatro.jpgAsí, recordamos con especial emoción a Adolfo Suárez, que atravesó una tormenta que finalmente lo arrastró personalmente, pero quedó en la historia porque hizo casi lo imposible, o Helmunt Kool, que se atrevió a desafiar la geografía unificando Alemania por su propios medios, cuando casi nadie creía en él. Son sonados también los casos de los dos Rooesevelt, el de un Adenauer que reedificó físicamente una Alemania destruida, y Churchill, que se hizo cargo del gobierno inglés en el peor momento de su historia moderna, hasta tal punto que en su discurso de entronización sólo prometió sangre sudor y lágrimas.
Hay políticos que se crecen ante la adversidad y sacan partido a los malos momentos. Ahora mismo vemos cómo Sarkozy y Brown sacan pecho en la tormenta finaciera, mientras Zapatero y Merkel se diluyen con cara de miedo en lás páginas de la historia. Ser presidente en las épocas de Hermoso, Román o Adán Martín era bastante menos complicado que ahora. Es ahora cuando hacen falta políticos de raza, que no quiere decir que los mencionados no lo fueran, pero no tuvieron ocasión de demostrarlo. Es Paulino Rivero el que tiene una oportunidad de oro para inscribir su nombre con letras muy grandes en la Historia de Canarias. Ojalá lo consiga, porque eso significará que ha sabido navegar con valentía en medio del temporal. Ojalá, y Zapatero también, que no a todos los políticos la historia les brinda una oportunidad tan clara.

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El eterno debate sobre la producción cultural

ghy.jpgEl debate sobre la producción cultural en Canarias viene dando tumbos desde aquel Congreso de Cultura en los años 80 del siglo pasado (han pasado 25 años), y la cuestión es que todo sigue igual, de manera que la gente piensa que las personas que se dedican a esto son unos vagos que se ponen a la rueda del poder. Siempre fue así, tanto en la Florencia de los Medicis como en la corte de Felipe IV que dio fenómenos como Velázquez o la corte imperial vienesa que protegió a músicos hoy imprescindibles.
Pero eran otros tiempos. Hoy las cosas deberían hacerse de otra manera. Por ello, enlazo con un interesante trabajo de Nicolás Melini para que el debate continúe, porque lo peor no es que la gente crea que los culturos son unos profesionales de la mamandurria, sino que eso crea familias, desconfianzas y desunión, con lo que nunca llegamos a ningunga parte sencillamente porque ni siquiera zarpamos. Como dice Melini, si hay subvenciones para todas las actividades (pregunten por el IAEM, por ejemplo), no hay por qué avergonzarse de que haya dinero público para la cultura.

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A ver si ahora se le quita el cabreo a Marsé

Juan Marsé es un excelente novelista, eso está fuera de toda discusión, pero sus comportamientos en este mundillo de la literatura se asemejan a los de un niño caprichoso. Está claro que merece el Premio Cervantes que ayer le otorgaron, incluso creo que se lo han dado tarde, porque ya lo tienen medianías mientras que autores como Juan Goytisolo, Caballero Bonald y el propio Marsé lo veían pasar cada año por delante de sus narices.
www.gifPertenece Marsé a una generación en la que había muchos señoritos, que se mezclaban con los señoritos de la generación anterior: Los tres Goytisolo, Barral, Valente, Semprún (aunque estuviera en Francia), Gil de Biedma (tío de Esparanza Aguirre), y otros de ese pelaje, que eran magníficos poetas y novelistas pero que tenían los riñones bien cubiertos. Marsé era pobre de cuna, tanto que fue adoptado por otros tan pobres como sus padres biológicos, y nunca pudo estudiar. Es un autodidacta y, a juzgar por sus comportamientos, sus novelas nacen del resentimiento, que es, como el odio o la venganza, un buen motor de la literatura. Sobre eso hay una anécdota muy ilustrativa:
Desde tiempo inmemorial y nadie sabe por qué, arremete contra el novelista en lengua catalana Baltasar Porcel, que pertenece a esa clase social con la que Marsé parece tener un permanente ajuste de cuentas. Hace unos años un periodista le preguntó por qué odiaba tanto a Porcel, y Marsé contestó: «No me acuerdo». Y es posible que no se acuerde, lo odia simplemente por ser Baltasar Porcel. Lo que digo, resentimiento.
Yo lo recuerdo siempre cabreado, y por cosas que se supone que a un proletario no lo alteran, como la vanidad, los premios y los reconocimientos. En su fuero interno debía creer que lo despreciaban por su origen, pero, ya coronado con el Cervantes, se ha quedado sin argumentos. Seguiré releyendo a Marsé (Si te dicen que caí es una de las grandes novelas del siglo XX), y espero verlo sonreír el próximo 23 de abril por primera vez, cuando el Rey de España -esa es otra- le entregue el máximo galardón de las letras en nuestra lengua.
Enhorabuena, maestro, y a ver si se le acaba ese cabreo crónico.