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Olimpiadas

El ser humano tiene la mala costumbre de manchar todo lo que toca, y los Juegos Olímpicos no iban a ser una excepción.
aros.jpgEl espíritu olímpico se supone que es noble, haciendo caso a la frase del Barón de Coubertein cuando decía que lo importante es participar. Hemos visto que no, que hay que ganar, a veces como sea, y así han infringido el código ético atletas muy celebrados, porque una medalla de oro significa mucho dinero en según qué modalidades.
En cuanto a los estados, ahí la cosa se complica más. Si hablamos de la ultilización de la Alemania nazi de los Juegos de 1936 se nos salen los colores, y hemos visto cómo fueron boicoteadas las ediciones de Moscú y Los Angeles, siempre por política. Ahora estamos asistiendo a burradas tremendas realizadas por los chinos, que han «limpiado» la capital de los Juegos de lo que ellos consideran feo. Puro racismo al que las naciones del mundo y el Comité Olímpico han cerrado los ojos. Y es que hay mucho dinero en juego.

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Muerte nuclear

El seis de agosto de 1945 fue lanzada sobre la ciudad japonesa de Hiroshima la primera bomba atómica contra seres humanos.
Hiroshima.jpgEl 9 de agosto, tres días después, lanzaron una segunda bomba sobre la ciudad de Nagasaki. Lo que aquello significó en la historia de la Humanida ha sido más que debatido, pero hoy, 63 años después, conviene recordarlo. Está claro que no hemos aprendido nada de nuestros errores, y el hombre sigue preparándose para destruir al hombre, porque por este camino volaremos todos en pedazos.
Y como siempre digo, siempre conviene no olvidar a los responsables de tanta desgracia: a Harry Truman, el Presidente norteamericano que dio la orden y a Paul Tibetts, el piloto que pretó el botón de la destrucción masiva. La memoria es una obligación de la Humanidad.

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El día que murió Marilyn

marilyn.jpgMarilyn Monroe murió el 5 de agosto de 1962. Parece que los grandes mitos se crean con una muerte joven: Carole Lombard, Rodolfo Valentino, James Dean y John Garfiel, todos antes de los cuarenta. Y Marylin.
Hay, sin embargo, una edad clave para la mitificación -36 años-, pues esa era la edad en que murieron Carlos Gardel, Mozart y Bob Marley, y también los años de Greta Garbo cuando se retiró del cine, los del poeta Hölderlin cuando la esquizofrenia lo recluyó en un manicomio y los del poeta y cineasta futurista ruso Vladimir Maiakovski cuando se pegó un tiro en la sien.
Esas ausencias repentinas colocaron a estos artistas en un plano superior al de otros de parecido nivel; pasaron a la historia como personas con un talento excepcional, y, además, como mitos. Otros nombres de gran valía y reconocida obra alcanzaron la senectud pero no esa otra dimensión legendaria, y baste recordar a Igor Stravinski, Katharine Hepburn o Pablo Picasso, por citar sólo a tres figuras indispensables en la cultura del siglo XX, a los que una larga vida privó del aura mítica.
Marilyn Monroe es un mito, y su muerte también, con los Kennedy como telón de fondo. Curiosamente también tenía 36 años cuando murió.