La muerte de la top-model Ruslana Korshunova en circunstancias no aclaradas nos lleva a la pregunta eterna sobre la felicidad. Era una modelo de primer nivel, tenía belleza, éxito, dinero y 20 años. Y desapareció en un instante. Pudo ser un accidente, pero se especula en los medios con un posible suicidio.
La pregunta es la misma de siempre: ¿por qué, si lo tenía todo? O no, eso seguramente nunca lo sabremos, como pasó con Jean Seberg, con Kurt Kobain, con Marylin Monroe. A veces la felicidad es esa utopía que se resiste, porque tal vez la respuesta es más simple de lo que parece: no existe. Y quien la busca a toda costa acaba sintiéndose fracasado, porque nuestro cerebro es un tubo de ensayo en el que la ausencia de un componente o la sobreabundancia de otro es la diferencia entre un cuerdo y un loco. Y nunca sabemos dónde está la línea que separa ambos conceptos.
Otras veces, esa felicidad soñada es una trampa, y la presión que recae sobre una persona cuando llega arriba puede hacérsele tan insoportable que puede destruirla. Seguramente hay que hacer caso al viejo adagio: ten cuidado con lo que deseas porque corres el peligro de se haga realidad. Y quizás no puedas administrarlo.
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