Acabo de enviar una entrada nueva al blog y me encuentro de golpe con la noticia de la muerte de José Antonio Ramos, uno de nuestros nombres grandes en la música popular, un creador que quiso siempre enlazar nuestra música con otras músicas. No hay detalles, pero finalmente no importan, la muerte es en sí misma un brutal detalle.
José Antonio Ramos era también un investigador, que se interesó por mejorar el instrumento que dominaba, como lo hicieron Mozart, Blas Sánchez o Narciso Yepes, o como lo hace Hevia. Creó el timple electroacústico, que le da un sonido distinto y nuevo, pero sin renunciar al sonido de siempre, esa cadencia presidida por el Re mayor que se impone sobre una docena de instrumentos de cuerda.
Siempre me resultó curioso ver el timplillo, tan pequeñito, entre las manos de un hombrón tan robusto y a la vez tan sensible. Los hombres de la talla física de José Antonio Ramos son los que tocan el contrabajo en la orquesta o el trombón en las bandas municipales. El tocaba el timple como un artista, una voz de cuerda en medio del océano de las música, que él vio siempre como un cauce de entendimiento entre los seres humanos de cualquier cultura.
Hasta luego, amigo, te saludo en Re mayor.
También en esta ocasión, desgraciadamente, confirmar todas y cada una de las palabras del maestro.
Permítame unirme a su «Hasta Luego» para Jose Antonio Ramos.
No era seguidor de Ramos, pero valoro su afán por innovar a partir del folklore. Está bien seguir cantando una y otra vez las mismas canciones que todos conocemos, pero para que la cultura tradicional avance, es necesario ir más allá del zurrón del gofio y de la farola del mar. Por ello es loable que este magnífico timplista intentara ampliar los límites de un instrumento tradicional, y se codeara de tú a tú con otros estilos e, incluso, con otros folklores (Kepa Junquera, Carlos Nuñez).