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Corsarios

El título inicial de esta entrada iba a ser Patente de corso. Era la expresión que me llevaba rondando desde hace días, además de muchas otras, cada vez que leía o escuchaba las diatribas políticas del día. Pero como es el título del espacio que tiene Pérez-Reverte en XL-Semanal, he preferido sustituirlo para no ser acusada de aprovecharme de las búsquedas que se dirigen al escritor y no a mí.
Siempre he utilizado esta expresión como algo así: cuando te crees con derecho a hacer cualquier cosa porque tienes esa patente de corso. Pero he ido a ver cuál era el origen concreto de esa expresión, ejercicio que realizo a menudo con alumnos de español y que descubrí cuando empecé a dar clases y nos sorprenderíamos del origen de muchas de nuestras expresiones. La patente de corso, era un documento (patente) que presentaba el dueño de un navío y que le había sido otorgada por el gobierno de su nación, para perseguir (cursus- carrera), atacar y saquear, a otros barcos que se consideraban enemigos, sin ser penados por ello. Sus capitanes no eran “piratas”, ni “bucaneros”, eran “corsarios”. Imagino, que bajo ese halo protector, se hicieron muchos desmanes que han derivado en que utilicemos esa expresión como apuntaba al principio.
Y parece que, en política, estos corsarios, todos, tienen patente de corso, entendida esta como el derecho de hacer cualquier cosa, aunque no sea muy lícita, aunque no sea ética, aunque no sea para lo que supuestamente se les eligió, aunque la haga y luego me dé cuenta de mi error pero lo justifico, porque los que estaban antes, hace cuatro años, hace dieciséis, hace treinta (y además, posiblemente, de otras siglas), lo hicieron peor.
El nivel de autoexigencia de nuestros políticos, de todos, cuando el baremo es “los otros lo hicieron peor”, no les hace dignos de que les llame, ni siquiera, corsarios. En todo caso piratas o bucaneros (piratas que saqueaban posesiones españolas en tierras americanas), pero en tierras españolas.
*Imagen:portada de Sandokan (un corsario de verdad), uno de mis libros favoritos.

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Fin

Llevo varios días pensando en que tengo que escribir mi entrada de blog y varios días sin saber ni cómo empezar, ni de qué hablar. Quería hablar de dos películas: Soylent Green (Cuando el destino nos alcance) y La fuga de Logan. Y lo haré, pero no ahora mismo.
Parece que nos acercamos al final del encierro. Y parece que fue hace años, cuando un día nos dijeron que había que quedarse dentro de casa. Parece que fue hace una eternidad, cuando preparaba todas las excursiones que iba a hacer a partir del 16 de marzo en Milán. Y cuando escuchaba a mi madre hablándome de un virus lejano que se extendía por China y mi respuesta, mami, no es nada importante, ni te preocupes.
Al principio de este encierro y ante todo lo que pasaba a nuestro alrededor, los artículos de opinión me salían solos. Tenía tantas cosas que decir. Y las dije. Recibí ataques que, sinceramente, no esperaba. Me han preguntado si han logrado silenciarme. Y puede ser que sí. Pero soy sincera: mejor callar que hablar sin ser capaz de hacerlo con respeto y ahora creo que soy incapaz de hacerlo como corresponde y en honor a la educación que me dieron mis padres.
Hice del balcón de mi habitación mi lugar favorito. Obligaba a Yui a sentarse diez minutos al sol. Hice una compra online en el súper que tardó más de tres semanas en llegar. Se rompió el calentador, justo en el momento más rígido del confinamiento. Conseguí uno después de horas y horas al teléfono. Me lo dejaban en la puerta de casa y teníamos que buscarnos la vida. Ningún problema: siempre me ha gustado hacer todas las tareas de fontanería, albañilería, electrónica de la casa y siempre he observado con mucha atención a los profesionales y he aprendido a hacer de todo. También se atascó el grifo de la cocina que hace las veces de desagüe de la lavadora y, también, cuando era imposible que nadie viniese a arreglarlo. Sin problema, hice lo que había visto en otras ocasiones hacer al fontanero. Disfruté de la lluvia cuando bajé a tirar la basura. Edité dos novelas y trabajo actualmente en la publicación de otras tres. Seguí en contacto a través de wasup con el club de lectura que coordino y que tuvo su primera sesión justo antes de que entráramos en la cuarentena. “Club de lectura José Luis González-Ruano”, en honor a José Luis, que se fue a principios de este año. Inventé recetas, hice tartas, postres nuevos, busqué desesperadamente mascarillas de farmacia en farmacia. Salí a ver el mar a las seis de la mañana el primer día que pude. Seguí trabajando online con los alumnos a través de la plataforma. Voy a correr todos los días y vivo ese momento con absoluta felicidad. Ya tengo mascarillas. También guantes y gel. Trabajo mano a mano con Elena del Valle Baranda, en la edición de su libro y su nuevo blog y disfruto mucho aprendiendo de ella y con ella. Admiro su profesionalidad. Escucho, de pasada, a Yui conectada con su grupo de amigos. Sus “quedadas virtuales”. He jugado al Monopoly en el salón de mi casa, que ha sido un aula más de la Universidad de Columbia, en New York, China, Italia, de la ULPGC; sala de conferencias en Chile, Tokio.
He vivido en mi cueva, con la suerte de tener una cueva. Ahora, veo la tele. “Las colas del hambre” las llaman…

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La nueva normalidad

Comienza el camino hacia la “nueva normalidad”. La desescalada. Creo que no habrá mucho cambio en cuanto a nuestra naturaleza humana se refiere. Sí habrá una  “ nueva normalidad” marcada por mamparas, guantes, pocas mascarillas, paro, mucha hambre y quizá, de vez en cuando, mucha distancia. Pero el pecado original, nuestra naturaleza, seguirá intacto. 

Sí habrá nuevas normalidades  individuales. Cuarenta y cinco días de confinamiento o cuarenta y seis, ya no sé cuántos van,  habrán pasado inadvertidos para algunos, los que antes de encerrarse poco tenían de interés más allá de sus cuatro paredes. No tanto, para los que tenían en su hogar el complemento perfecto para la vorágine que vivían en el exterior, vida, trabajo, amistad, amor y que, sin todo ello, su antes refugio del cazador, se ha convertido en prisión. También los habrá que, habiendo vivido en una balanza bien equilibrada, se decanten ahora  hacia el querer alargar, sine die, su  nueva normalidad: más tiempo de “cuarentena”, más tiempo de familia, de introspección, de mirar al infinito y pensar sobre lo divino y lo humano. Y otros a los que no les ha gustado nada convertirse en cazadores en descanso obligado y querrán salir a la jungla y estos, también, sine die de retorno.

La nueva normalidad  significará para muchos  menos personas en su vida, algunas que se quedaron atrás en su lucha por recibir aire, con  el covid-19 como causante, y otras, aparecerán o desaparecerán a causa del confinamiento al que nos vimos abocados por el covid-19 y una de sus consecuencias: amor y desamor.  Algunas partidas  nada tendrán que ver con el covid, no serán un número  en los medios, pero el dolor sí será el mismo. 

Pienso en la palabra “desescalada”, hasta hace dos semanas prácticamente rechazada por la RAE. Y creo que deberíamos adoptarla para el proceso hacia nuestra nueva normalidad, la personal e intransferible. La individual, que sí creo posible si algo  hemos aprendido en estos cuarenta y cinco días. Quizá necesitemos también de fases. Y seremos islas. Y nuestra desescalada también será asimétrica. E incluso, algunos se den cuenta de que, sin saberlo, ya estaban en fase de desescalada, antes siquiera de haber entrado en su casa hace cuarenta y cinco días y cerrar la puerta. ¿O son ya cuarenta y seis?