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Historias de Tokio: Yui, esencia (Capítulo 9)

La siguiente aventura japonesa de mami (porque hubo varias) estaba a punto de llegar. Aquella noche decidí llevarla al “Sento”. En Japón las casas siempre habían sido muy pequeñas, no todas, por supuesto, hay también casas muy grandes, pero para tantos habitantes como llegaron con el crecimiento posterior, con los nuevos rascacielos siguieron conviviendo las pequeñas casas y en su gran mayoría sin baño, por lo que proliferaron los baños públicos. Había varios en cada barrio y tuve la suerte de vivir a solo unos metros de uno de los más antiguos de la ciudad de Tokio. Me encantaba. Los baños públicos cuentan con una pequeña recepción en la que pagabas aproximadamente trescientos yenes y en la que podías adquirir champú y gel si necesitabas, pero lo normal es cada uno lleve el suyo en una pequeña palangana. En la recepción, hacia la derecha, está la entrada al baño de chicas y a la izquierda el de hombres. Esta separación comenzó con la occidentalización de Japón, porque tradicionalmente eran mixtos, no había ese pudor relativo a los sexos. Una vez dentro tienes una casilla en la que poner tu ropa. Tienes que entrar desnudo completamente y coger de una fila un pequeño taburete de plástico y una palangana, y luego escoger una de las mini-duchas de las varias que hay (minis porque están a la altura de nuestras rodillas). Te duchas sentadita también en tu mini taburete y con la ayuda de tu pequeña palangana que te echas por encima llena de agua. Es divertidísimo y, una vez limpia, entras en la piscina-yacuzzi común. Única pega: agua hirviendo…pero hirviendo, hirviendo, sales escaldado como un pollo, y eso que a mí me gusta el agua muy caliente…Pero esa vez, al estar embarazada preferí no meterme aunque ellos dicen que no pasa nada…La que sí se metió fue mi madre. Los gritos los pueden imaginar. Le había explicado que en una de las esquinas había un chorro de agua fría que servía para enfriar un poquito, pero muy poquito, esa zona de agua. Yo seguía sentada en el taburete haciéndome una pequeña exfoliación de cara, cuando de repente caigo en un sonido nuevo…algo así como un chorro de agua abierto a toda presión y que llevaba ya varios minutos así. Me di la vuelta enseguida porque sobre la marcha caí en la cuenta de lo que podía ser, al mismo tiempo que oía la voz de mi madre:

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Nada cambia en un instante

Para escribir este artículo he leído reflexiones tan absurdas como que “El diario de Noa”, es uno de los casos más evidentes en los que la cultura pop ha romantizado el acoso sexual. Que hay que explicarles a nuestras hijas que los príncipes de los cuentos hacen muy mal en besar a chicas dormidas, en vez de explicarles lo que es un cuento. Leer, no hoy, desde hace tiempo (no tanto como los años que hace que leí el libro), que la serie adaptada “El cuento de la criada” (hay que leer el libro, repito) es “de lo más feminista”, cuando los hombres que se muestran como los culpables del sometimiento a las mujeres, aparecen como personajes patéticos y casi inexistentes, siendo las mujeres las verdaderas villanas, olvidándose de que la artífice principal del ideario que rige la vida en Gilead , su creadora intelectual, es una mujer. Olvidándose, o no llegando a entender realmente la esencia del libro, un libro que es una crítica velada a lo rápidamente que se corrompen las ideas de sociedades que protegen a las mujeres y que acaban derivando en dogmas radicales. Dogmas que pueden venir de uno u otro lado, generando rivalidades y odios y todo, como también nos quiere advertir Atwood en palabras de Defred, sin darnos cuenta: “Nada cambia en un instante: en una bañera en la que el agua se calienta poco a poco, uno podría morir hervido sin tiempo de darse cuenta siquiera”. Continuar leyendo «Nada cambia en un instante»

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Historias de Tokio: Yui, esencia (Capítulo 8)

Y llegó a a casa. Venía cargadísima con una maceta que era algo así como un árbol con casetita para un pájaro de madera incluida y llena de plantas. Colgando de una mano, bolsas llenas de libros y en la otra algo más que no recuerdo. Parecía un árbol de navidad iluminado sólo con su sonrisa.
-¡Mami! Que aquí no se puede gritar así en la calle, que todos los vecinos deben estar asustados diciendo “extranjeros tenían que ser”.
Ni me escuchaba. Hablaba sin parar, tan rápido que llegué a creer por un momento que me estaba hablando en japonés. Me contó que había conocido a un montón de gente. Que las plantas me las traía de una floristería en la que me conocían; “Pero mami, qué dices, a mí no me conocen en ninguna floristería”. “Que sí Guada, que les expliqué que trabajabas en la radio , que eras Guada-san y ellas me dijeron claramente que te conocían”.

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