Érase una vez en Hollywood
Salí del cine en silencio. Hacía mucho tiempo que no iba. Había pasado tanto frío las últimas veces, que no podía evitar sentir frío cuando decían la palabra cine.
Roscas gigantes para dos horas y media. La emoción de las luces apagándose. Y Tarantino. Me gusta, le admiro pero no soy una fanática que aplaude todo lo que sea que haga.
Y seguía en silencio. No podía dejar de pensar en la película, igual que hace unos días no podía dejar de pensar en el último libro leído de Foenkinos.
Creo que ver películas, series, leer artículos, libros, mantener conversaciones interesantes, nos hace evolucionar. Tengo muchísimos defectos pero cada día reflexiono, por uno u otro motivo, y cada vez me alejo más de los juicios. Los que me leen habitualmente se reirán porque es cierto que mi última etapa ha estado llena de juicios. Pero hace poco algo me llevó a preguntarme quién soy yo para juzgar nada ni a nadie.
Leo recientemente juicios a Tarantino. Le tildan de machista por el tratamiento que hace de la mujer. Porque tiene muchos fetiches con el cuerpo femenino, el principal, los pies. Que puso a Salma Hayek a bailar semidesnuda, ¡contoneando sus curvas! en uno de los bailes más sensuales que he visto en el cine y que intenté imitar sin éxito.
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