Hace unos años, Juancho Armas Marcelo me animó a ir al Hay Festival de Segovia. Recuerdo aquellos días de lluvia y de literatura. Conocí a uno de mis escritores favoritos, David Foenkinos y corrí por aquellas calles empedradas de un acto a otro, de una mesa redonda a otra, queriendo poder estar en todas partes. Cuando mi hija era más pequeña me preguntaba, tras ver a los X-Men, qué don especial quería tener. La elección era difícil. Me debatía entre la invisibilidad y leer las mentes. Si me lo preguntara hoy no lo dudaría: el don de la ubicuidad.
Aquí no hace frío y tampoco llueve, aunque esa lluvia y esa neblina en Segovia también eran bonitas, en Los Llanos hace sol y también se celebra un festival como deseé aquellos días que se celebrara un festival aquí, en casa. Porque La Palma se ha convertido en nuestra otra casa. Los días son preciosos y se respira una tranquilidad, una paz, a pesar de la vorágine de actos en los que estamos inmersos, que ha enamorado a todos los invitados. En cualquier rincón de la Plaza de España te puedes encontrar a Alonso Cueto, a Juan Ángel Juristo o a Ryukichi Terao, diciendo en un tono que parece resignado ante la inminencia del fin del viaje: «qué lugar tan hermoso”, “qué isla tan bonita”, “utsukushii desu”. Y en todos el mismo deseo, volver.
Y mientras escribo esto, escucho al fondo, en la plaza, la voz de Mónica Lavín, “creo en la voz del cuento para formar lectores”, “Robinson Crusoe me hizo lectora”, “enumera tus libros favoritos, ¿por qué no dicen enumera tus cuentos favoritos?” Y Anelio Rodríguez Concepción y Marcelo Luján, escritor que yo no conocía y que ayer me recomendaban con pasión: Moravia o Subsuelo. No. Subsuelo primero. O Moravia. ¡Las dos! Pensé.
Nicolás Melini, director del festival, anfitrión y escritor, afirma que el cuento fue lo que más le costó. Más que la poesía, más que la novela y que un cuento solo necesita una o dos emociones para ser contado. “Y tampoco vale cualquier emoción. Hace falta una emoción que merezca ser contada en un cuento”.
Tengo mucho que escribir, mucho que contar, las visitas de los escritores a los colegios, la educación y el interés de niños de 14 y 15 años que se reían, que escuchaban atentamente y que como decía Juancho ¡No sacaron el móvil! Marta Castro, que forma parte del equipo de la organización, llorando emocionada pasándome un clínex para que, como ella, me secara yo también las lágrimas.
La tarde de ayer. Un salón lleno para sorpresa de los ponentes que nos iban a hablar de traducción y que se sorprendían porque, como afirmó el moderador, José Manuel Fajardo, a estas charlas sobre traducción solo acuden una o dos personas. Y volver a llenarse el salón, o mejor dicho, mantenerse lleno para la siguiente: La tertulia del Gijón; y para la siguiente: Los derroteros de la literatura actual.
Y aquí seguimos, escuchando un recital de poesía bajo el sacuanjoche que nos recibió el primer día.
En casa.
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