Casi todos los días hablaba con mis padres. Iba al combini y compraba unas tarjetas que incluían un código que me permitía llamar a España por un precio razonable.
– Hola abuelitos…
Al otro lado de la línea telefónica se hizo un silencio.
– Hola abuelitos – dije de nuevo esperando que al otro lado se produjese alguna reacción. Y se produjo.
– ¡Estás embarazada! – gritó mi padre-. ¿Cuándo vienes?
– No voy a ir – contesté casi en un hilo de voz sabiendo que con esa respuesta se iba a armar.Y se armó. A partir de ahí se sucedieron un sinfín de llamadas de uno al otro lado del Atlántico en las que se me daban toda clase de motivos (todos ellos muy coherentes) por los que yo debía volver a España para tener a mi niño o niña allí, sobre todo siendo mi padre médico y poniendo a mi disposición todas las comodidades a su alcance. Cada llamada era un drama en el que yo acababa llorando siempre, hasta que mi madre dijo un día: «¡Basta! Que le vas a provocar un aborto.» Y fue entonces cuando poco a poco fueron asimilando que su primer nieto nacería lejos…muy lejos.
El siguiente paso era comunicárselo a mis jefes de la NHK. En aquel momento realizaba dos trabajos para la Radio y Televisión Nacional (además de las clases de español en la academia), uno en la que mi imagen no importaba, solo mi voz, y otro, el de la tele, en el que una barriguita no iba a ser bien recibida…
Continuará…
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