Historias de Tokio: La portera, el desenlace

La tercera noche que entró otra por la ventana al mismo tiempo que el viejito de abajo salía a fumar, y al mismo tiempo que subía aquel extraño olor…empecé a mosquearme: : a+b+c=d… «D» igual a: algo estaba ocurriendo fatídicamente todos los días a las diez de la noche, en la primera planta.
Y con mis pesquisas fui a la portera:
-Sumimasen…nande mainichi, yoru ni, ju ji goro, watashi no ie naka ni dame nioi ga arimasuka? (Perdone, ¿me podría decir por qué todos los días a las diez de la noche entra un olor tan desagradable en mi casa?)
La portera me miraba y decía algo así como: wakarimasen…no entiendo. Y seguía de largo. Y sí que entendía.
Pasó algún tiempo y ya nadie me hacía caso por más que yo olisqueara el aire y dijese triunfal: ¡las diez! ¡ya está aquí! ¡no falla! …
Hasta que llegó el día. Volvía a casa después de haber estado todo el día en el centro comercial (mi segundo hogar con Yui) cuando, dos o tres manzanas antes de llegar, empiezo a notar un olor horrible. Empecé a hablar con Yui (como si me entendiera, tenía solo unos meses):
-Pero qué es esto, ¿a qué huele? Parece como si estuviésemos en medio de un estercolero…Y a medida que nos acercábamos a casa el olor se hacía más intenso y más nauseabundo. Me paré en el supermercado pequeñito de la esquina y le pregunté a la cajera, que ya era mi amiga, por qué olía así. Creí entenderle que se habían llevado un camión con mucha basura. Efectivamente. De aquel apartamento del primer piso, al primero que sacaron fue al viejito. Lo vino a buscar su hijo y se lo llevó no sé dónde. Y lo segundo que sacaron fueron toneladas de basura, tanta que debían volver al día siguiente a recoger la que habían dejado amontonada en el balcón, que era de dónde provenía aquel terrible olor. Padecía el Síndrome de Diógenes.
Durante un par de días no me crucé en ningún momento con la portera. Yo creo que se escondía. Tenía esa especie de orgullo patrio que le impedía reconocer, delante de un extranjero, que en Japón existen los piojos y los Síndromes de Diógenes.
Era de noche y yo seguía ilusionada con mi lavadora, que ponía a todas horas. Estaba tendiendo la ropa cuando la vi abrir sigilosamente la puerta del primero. Llevaba en sus manos una lata, que yo había visto muchas veces en los anuncios, que al destaparla activa un mecanismo que produce un humo muy denso que mata a todo bicho viviente. La abrió, la dejó dentro y salió corriendo. A la mañana siguiente salí a tender otra lavadora (sigo preguntándome de dónde sacaba tantas cosas que lavar), y la vi llegar otra vez. Sigilosamente abrió la puerta, sin darse cuenta de que yo estaba enfrente, tendiendo…Abrió…soltó un pequeño grito y saltó hacia atrás, al mismo tiempo que se percataba de mi presencia. En un movimiento desesperado intentó cerrar rápidamente la puerta, lo que logró, pero sin poder impedir que yo viera una montaña de cuarenta centímetros de altura, que tapizaba todo el suelo como una alfombra, formada por cucarachas de todos los tamaños que, en su intento de huida, se habían agolpado cerca de lo que creyeron que era la salida.
Le dije «Ohayo gozaimasu» (buenos días) y seguí tendiendo…

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *



El contenido de los comentarios a los blogs también es responsabilidad de la persona que los envía. Por todo ello, no podemos garantizar de ninguna manera la exactitud o verosimilitud de los mensajes enviados.

En los comentarios a los blogs no se permite el envío de mensajes de contenido sexista, racista, o que impliquen cualquier otro tipo de discriminación. Tampoco se permitirán mensajes difamatorios, ofensivos, ya sea en palabra o forma, que afecten a la vida privada de otras personas, que supongan amenazas, o cuyos contenidos impliquen la violación de cualquier ley española. Esto incluye los mensajes con contenidos protegidos por derechos de autor, a no ser que la persona que envía el mensaje sea la propietaria de dichos derechos.