Historias de Tokio: Vivir sin lavadora II

Y la nevera llegó a casa al día siguiente. La esperaba con la misma ilusión que de pequeña esperaba los regalos de los Reyes Magos. Medía de alto unos 80-90 centímetros y de ancho cuarenta aproximadamente, pero a mí me parecía la nevera más maravillosa y grande del mundo. Y la puse a trabajar a todo trapo: una balda llena de yogures, bueno, los que cabían (seis) y otra para una botella de agua y otra de café con leche (se compraba en botellas ya hecho) y poco más, ya que el mini-congelador se convertía en un bloque de hielo que además no tenía puerta que lo separase del resto de baldas. Y así, mis pequeños 15 metros cuadrados fueron tomando forma de hogar, de hogar en «femenino». Junto a la nevera compramos también una pequeña estantería en la que, para maximizar el espacio, clavé con chinchetas unas cestitas de plástico a un lado que hacían las funciones de» baldas de baño», llenas de productos cosméticos ( la mitad no sabía ni para lo que eran). Dicha estantería estaba colocada en la entrada de la casa, que hacía las veces también de cocina. He de confesar que solo cociné allí cinco o seis veces. Era casi imposible, aunque sí recuerdo haber hecho allí el mejor arroz con leche de mi vida. Era muy incómodo tener que comer luego sentada en el suelo, encima del futón (colchón finito sobre el que se dormía), en el que más de una vez se cayó algún que otro plato lleno de arroz caldoso.
La pequeña nevera ayudó a hacer mi vida un poco más fácil. Pero quedaba otro tema pendiente: la lavadora.
La lavadora sí que, por más imaginación que le echase, no cabía. Y, con esa ilusión que ponía en todas las cosas, me iba con dos bolsas gigantes de basura (las japonesas son más bonitas que las españolas), llenas de ropa, al «laundry». No estaba lejos, diez minutos caminando. Las lavadoras allí eran gigantes. Dejaba lavando la ropa aproximadamente hora y media, me iba a casa y, luego volvía para traspasarla a la secadora. Otra hora más o menos, y luego regresaba a recogerla. Los japoneses no hacían eso. Ellos se quedaban allí sentados, casi siempre con un libro, y algún otro mirando al infinito a través de una lavadora que daba vueltas y vueltas sin parar y que las pocas veces que yo hice lo mismo me llegó a hipnotizar. Yo no entendía por qué a veces con un frío polar se quedaban allí sentados casi tres horas, cuando lo más fácil era ir a casa y luego volver. Jin, que allí dejaba de ser español y se convertía en más japonés que los japoneses, me decía casi enfadado: «Guada, que no te puedes ir. Que puede haber algún problema». Yo no podía imaginar qué problema podía haber en dejar una lavadora lavando, o una secadora secando. Pues sí. Los problemas existían y básicamente se reducían a dos. El primero, alguien podría tener curiosidad por tu ropa, y el segundo, que si tardaba más de la cuenta, podría dejar o una lavadora o una secadora ocupada, y a lo mejor alguien que quisiera utilizarla al estar el resto también ocupadas, se podría enfadar al ver que nadie recogía una ya terminada. Pero era española, no japonesa (sobre todo en aquella época), y lo cierto es que uno y otro problema me daban igual. Así que…ocurrió. Hacía muchísimo frío o calor, lo cierto es que ahora no lo recuerdo, y dejé la secadora funcionando, me fui a mi tatami y creo que hasta me dormí un ratito. Con calma y con pausa me dirigí al laundry….¡Dios! ¡Qué vergüenza! Alguien había necesitado la secadora y mi ropa ya hacía tiempo que estaba seca. Si hubiese sido en España (como bien dije antes, aunque sonase mal: yo era española, no japonesa) la ropa, posiblemente, si no tirada en algún rincón, estaría hecha un barullo en una silla de las muchas que había. El laundry estaba vacío. Todas las secadoras funcionaban acompañando a las lavadoras y en un banco, delante de la secadora que yo había utilizado y que seguía funcionando pero con una ropa mucho más colorida que la mía, estaba toda mi ropa perfectamente doblada. Calcetines con calcetines, bragas con bragas, camisetas con camisetas. Y no había nadie…posiblemente todos se habían escondido para no hacerme pasar el mal trago de tener que enfrentarme a mi incívico comportamiento…a la española.

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