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De geranios, enredaderas y Papá Noel

Hoy me hiciste recordar cuando llegó mi vecino al piso de enfrente. No había hecho la mudanza pero ya había llenado su ventana de geranios preciosos. Justo enfrente de mi cocina en la que no pongo cortinas porque me gusta que entre la luz y comenzar viendo el día , aunque sean edificios. Era un señor ( digo era porque se ha mudado y se ha llevado los geranios consigo) triste, taciturno, huraño, depresivo que, a fuerza de yo saludarle sonriente desde mi ventana con un plato en la mano y el estropajo en la otra, acabó aceptando mi amistad de ventana a ventana. Contagiada por sus geranios, decidí llenar mi balcón de geranios también. Me encantaba cuidarlos y mirarlos desde la calle me hacía muy feliz. Así que, con tanta alegría, contagiamos también a mi vecina del piso de abajo. Ésta sí que era huraña, triste y un poco antipática y se tomó nuestra alegría floral como un reto. Continuar leyendo «De geranios, enredaderas y Papá Noel»

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Postales

Ayer abrí el buzón y entre las cartas del banco, las únicas que llegan a prácticamente todas las casas, se escondía un pequeño sobre. Iba dirigido a mi hija que tiene quince años. Ilusionada, tuve que hacer un verdadero esfuerzo para no abrirlo y aguantar hasta que ella llegase del colegio. Habían pasado varias horas y se me había olvidado. Fui a hacer compras y al volver, mientras le preguntaba sobre las novedades de su día, me acordé. Casi saltando me levanté corriendo y la fui a buscar. ¡Tienes una carta para ti! Me miró sorprendida y la cogió. Le dio la vuelta y vio el nombre: Isabel, ¿quién es Isabel?. ¡Mira bien! ¿No será tu compañera alemana con la que vas a hacer el intercambio? Y era de Isabel. Y era una felicitación de Navidad que llegaba desde Alemania. Se puso roja. Se le llenaban los ojos de lágrimas y una risa nerviosa se mezclaba con la emoción, verdadera emoción por recibir una carta.
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Perdimos las burbujas pero no el acento

Me fui de Las Palmas de Gran Canaria cuando tenía 8 años. Mi acento se fue conmigo y lo llevé a Tenerife. Allí no sufrió porque, aunque algo diferente, seguía siendo nuestro acento. Sí sufrieron, los primeros meses, las burbujas del agua con gas de Firgas. Recuerdo una de las primeras noches allí en la que mi padre tuvo que salir a buscar desesperadamente un bar abierto para comprarnos agua con gas a riesgo de deshidratarnos si no la encontraba. A mi hermana y a mí nos daban arcadas con cada buche de agua sin gas, la que se bebía en Tenerife. Y dos años después nos fuimos a Asturias. Allí no nos quedó más remedio que olvidar las burbujas, pero nuestro acento, nunca, nunca lo olvidamos. Sí es verdad que sufrió. Recuerdo cuando ya llevábamos algún tiempo fuera de las islas y en esa transición irremediable en la que se mezcla tu acento con el del lugar en el que vives, sobre todo cuando eres una niña, a medida que hablaba, lanzaba de vez en cuando un pequeño disparo de saliva que iba a parar a la cara asombrada del interlocutor que tenía enfrente. Continuar leyendo «Perdimos las burbujas pero no el acento»