Senderos de Gran Canaria
Artículo de opinión de Juan José Laforet.
Si la isla se tuvo que recorrer a través de los siglos, y hasta bien entrado el siglo XIX, por caminos y veredas que sólo podían ser transitados por el pie humano o por las cabalgaduras que le ayudaron en sus desplazamientos, e incluso, como ya señaló Agustín Millares Torres, en muchas ocasiones aquel paisaje se caracterizaba por «…ásperas y peligrosas sendas, serpenteando a la orilla de horribles precipicios; profundos barrancos que el agua interceptaba en los inviernos, ausencia total de todo carro que facilitara el cambio de productos;…»sin embargo, la construcción de las primeras y más que añoradas carreteras no frenó de golpe todo aquel cotidiano encuentro a pie con el interior de Gran Canaria.
Muchos y diversos fueron los motivos que, en la segunda mitad del siglo XIX, hicieron que más de uno se lanzara a recorrer la isla a través de senderos que a lo largo de los siglos habían sido el único cauce de comunicación, como los viejos «caminos reales» o los denominados «caminos de herradura», o incluso a descubrir y abrir nuevas sendas a zonas aún por descubrir, como ocurría, según señalara Domingo Doreste Fray Lesco, en su célebre artículo «El paisaje de Tejeda» -en el que da una frase que luego sería el más famoso de los eslóganes de Gran Canaria, «continente en miniatura»-, con la cumbre «…y lo que pudiéramos llamar transcumbre (una tercera parte de la isla) (que) no ha sido vista, ni menos recorrida, sino por una exigua minoría de nuestros paisanos…». Fue el caso de los primeros animosos y activos miembros de El Museo Canario, entre ellos el Dr. Chil, Ruano y Castillo, que decidieron recorrer inhóspitos barrancos y olvidadas sendas en busca de los vestigios del pasado prehistórico de la isla y de sus costumbres mas ancestrales, o las diversas expediciones del doctor Víctor Grau Bassas, que llegó a señalar la importancia en su trabajo de campo de «…estudiar la zona recorrida, geológica y orográficamente, añadiendo nombres que no se ven en el mapa y rectificando alguna equivocación que se nota…», del propio Agustín Millares Torres que dejó una amena narración de su viaje desde San Mateo a la Caldera de Los Tirajanas atravesando la cumbre, o tanto de familias inglesas asentadas en la isla, que introdujeron la afición por la excursiones y las acampadas a lugares como Osorio o Los Tilos de Moya, entre otros, de las que nos quedan incluso curiosos testimonios gráficos, como de viajeros entre ellos Charles Edwardes que de su excursión a Telde recuerda como le decían que «…no podíamos ir hacia el este desde San Mateo como yo pretendía, pues las montañas eran excesivamente accidentadas…», o el Conde de Poudenx que en una carta a M. León Dufour le señala como para «…llegar a Agaete, se sigue un camino llano y pedregoso, se franquean varios barrancos, donde crecen las euforbias y la salvia de Canarias…». En fin, magníficos y curiosos precedentes de una afición al senderismo, al excursionismo, que entrado el siglo XX se potencia con la creación de los Exploradores -ó «Boy Scouts»- y posteriormente las sociedades de excursionistas y de montañeros.