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Ora pro nobis

Hace unos años hice un viaje con Yoko Araki, Willy y Sakura a Perú. Yoko era mi jefa en Japón, la productora de los programas de español de la televisión en los que trabajaba. Sigue siendo mi jefa pero más que eso, es mi amiga, o mi madre japonesa como le gusta llamarse. Willy, su marido, organizó el viaje y unió a ese grupo de japoneses y españoles que durante tres semanas viajaron por Perú. Yoko, conocedora de todas las historias que le había contado de mis viajes, me llamaba desde Japón (yo ya vivía en Canarias) preocupada : «Guada, me da un poco de miedo viajar contigo» «¿por qué Yoko????» «Porque me gusta viajar tranquila, no quiero que me pase nada y como a ti te pasan siempre tantas cosas…»
Hacía años que no nos veíamos y aunque cansados de su viaje tan largo desde Japón a Perú fue a esperarnos al aeropuerto. Nosotros llegamos, pero no nuestras maletas. Yoko, cuando salimos sin las maletas, pensaba que yo estaba de broma. Cuando se dio cuenta de que era verdad, abrió mucho sus ojos rasgados y dijo: Guada…onegaishimas…(algo así como: por favor …no empieces…). Y pasaron, bueno, me pasaron un montón de cosas más «que a nadie le pasaban». Pero eso, lo contaré en otra historia, como las que me pasaron en el viaje a Grecia, en el viaje a Myanmar, el huracán en Santo Domingo…
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Siri, la viajera polímata

Vuelvo a Florencia treinta y un años después. Tenía diecisiete años la primera vez. Recuerdo uno de los momentos más felices de mi vida : un día en Florencia sentada, apoyada en una puerta de madera en el escalón más alto, todos mis compañeros sentados, recostados, como un racimo de uvas que cayesen desde mí. Las cabezas de mis amigas apoyadas en mis rodillas y el sol florentino calentando mi cara…estábamos tan cansados y tan felices. Las noches de risas corriendo por el hotel…»o dormire o tutti fuori!», decía el encargado del hotel desesperado por los pasillos.
Florencia sigue igual de hermosa. El Duomo observa casi con risa a los millones de turistas que giran y giran a su alrededor. Ya no van con pliegos de papel gigantes a modo de mapas del tesoro y en los que el tesoro era encontrar una calle, un monumento a visitar o, simplemente, un lugar donde dormir. Ahora los aventureros van siguiendo los pasos que les marca una pantalla. Ya no los ve preguntándose unos a otros dónde está o dónde podrían comer. Ahora le preguntan a una tal Siri, una políglota y polímata que a Miguel Ángel le hubiera encantado conocer.
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